Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Inteligencia artificial y arte

El espectador entra a una galería de fama, donde cuelgan de la pared unos paisajes de colores bellísimos. No son realistas, pero dan la impresión de serlo. Cuando el espectador pone cuidado se da cuenta de que no hay elementos reconocibles que sean propios de un paisaje, hay solo manchas sin forma. Los cuadros están pintados al óleo, incluso pueden verse las pinceladas. La ejecución es majestuosa, las sombras y las luces son efecto de la disposición de los colores puros, inusuales para representar la luz y la sombra, pero rodeados de los colores precisos que los hacen apreciar como luces o sombras. También hay esculturas en la sala de exposición. Estas son formadas por diversos materiales, son abstractas y complejas. Parecen obedecer a estructuras moleculares, que unidas van creando una especie de organismos, por algunos lados son trasparentes, por otros, opacas, presentan diversas texturas, increíblemente interesantes y precisas en el detalle, además, la ejecución y el acabado de las piezas es perfecto y excelso.

En el último cuarto de la exposición hay un letrero que dice: ningún ser humano ha ejecutado, diseñado, pintado, esculpido o formado las obras expuestas aquí; todas han sido fabricadas por impresoras de dos y tres dimensiones, y son el resultado del diseño de computadores inteligentes, que se han guiado por un programa a su vez inteligente que previamente ha analizado la reacción de miles de seres humanos cuando observan obras de arte en los museos del mundo. El análisis que hacen estos computadores se centra en descubrir las características que más fascinan, que más reacción emocional disparan en el espectador.

Ya hemos visto a las estrellas gigantes del ajedrez —como Gary Kasparov— perder tamaño, calor y luz al aparecer los computadores invencibles; ah, y lo mismo ocurre con los campeones del juego Go. Hoy en día, las máquinas de inteligencia artificial ejecutan algunas tareas mucho mejor que los humanos; incluso en la medicina. La lectura de electrocardiogramas es más perfecta y precisa cuando la hacen máquinas inteligentes. En el mundo del arte ocurrirá lo mismo, pues el cerebro humano es limitado, y aunque no seamos conscientes de ello, respondemos a unos algoritmos diseñados por el azar y seleccionados por la naturaleza para responder el nicho que hemos habitado durante nuestra evolución, para sentir como bellas o feas, complejas o simples, ciertas y limitadas configuraciones. Son fórmulas las que están detrás del misterio de las emociones, del amor y de la belleza. El mismo cine, cuando has visto mucho, te empieza a parecer repetido, predecible, porque reconoces el patrón interno, la fórmula con la que ha sido hecho. Esa fórmula, a la que respondemos con alegría y atención, puede ser decodificada. De hecho, en Youtube existen videos para niños diseñados por maquinas inteligentes, que han observado a los niños observando, y han descubierto los ritmos, tiempos de atención y emociones involucradas con las que los pequeños responden a las distintas escenas. Los programas saben cuándo hacer variaciones a un tema para capturar de nuevo la atención que se ha empezado a perder; y es asombroso, pues a los adultos estos videos no nos dicen nada, nos parecen tontos y absurdos. Netflix ofrece a cada cliente el tipo de películas que su programa inteligente adivina que puede interesarle, Amazon ofrece libros, música y productos seleccionados con las mismas características: “ya que usted vio, buscó o compró esto, entonces puede estar interesado en esto otro”.

¿Qué va a pasar con las obras, con el mercado del arte? se pregunta uno. Si hay máquinas que reproducen obras indistinguibles de las originales y a precios cómodos, si cada persona puede tener en su casa copias perfectas de sus artistas predilectos. Pero una vez existen quinientos millones de copias de una obra, el valor de esta baja, excepto el de la original. El supuesto aquí es que la copia es perfecta, que solo puede reconocerse del original por datación de carbono y rayos x. La felicidad de lo exclusivo se perderá, como ocurre cuando un objeto que era escaso se vuelve común.

El papel de los críticos cambiará con la inteligencia artificial. Imaginemos que son incapaces de distinguir las obras producto de los seres humanos de las obras producto de máquinas inteligentes. La categoría del artista en la sociedad cambiará drásticamente, pues si con Inteligencia Artificial se llegan a diseñar obras más interesantes, complejas y emocionantes, los artistas humanos pasaran a ser obsoletos y, también,  probablemente los críticos. Pero además, si el mercado produce miles de copias, el valor de estas bajará hasta ser muy baratas. Claro, uno sospecha que la inteligencia artificial conoce un aspecto clave del cerebro humano: la relación que hace —quiera o no— entre lo escaso y su valor.

En el presente, para el diseño gráfico existen muchos programas que diseñan por uno. Muy pronto estos programas superarán en opciones y en creatividad toda propuesta humana. Así como nadie contrata dibujantes de arquitectura para hacer planos de casas o edificios en el papel, pronto ninguna empresa contratará diseñadores gráficos, ya que basta alimentar un programa de diseño con lo que necesitas, para que las opciones, cientos de ellas, aparezcan y se refinen en la medida en la que escoges y pides cambios. La música, la arquitectura y la literatura también se harán con programas inteligentes. Los artistas que seguirán importando serán aquellos del espectáculo, como cantantes, actores y bailarines. Los artistas que no fabrican obras sino que ellos son la obra, los que son objetos de deseo o de entretenimiento.

Ni la belleza ni el valor ni el precio ni unas ciertas cualidades intrínsecas hacen que una pieza sea obra de arte. La biología humana viene programada con ciertas preferencias innatas, pero también viene programada para ser modelada hasta cierto punto por la cultura y responder a aspectos sociales como el estatus, la moda, la oferta y la demanda, o sea, para dar valor o quitarlo según el contexto en el cual la obra cae. ¿Hay que temer a la inteligencia artificial? ¿Significará el verdadero fin del arte?

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Sculptural Assemblages by Thomas Deininger Are Three-Dimensional Tricks of the Eye

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