Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

En defensa de los árbitros de fútbol

Dicen que los árbitros de fútbol tienen alma de torero. Y es que la profesión de los hombres del pito se ha vuelto igual de peligrosa, pero con veintidós toros, en lugar de uno, y sin burladero. Con otro agravante más, la violencia en los escenarios deportivos parece ir en aumento. En fecha reciente, los futbolistas argentinos, en vista del alto nivel de violencia en sus estadios, decidieron entrar en huelga, con el fin de llamar la atención sobre tan complejo problema (se puede anticipar que los frutos serán escasos). Aquellos que vimos por TV un partido entre las selecciones de Bolivia y Colombia, en La Paz, nos tocó observar en directo y en vivo la agresión contra uno de los jueces de línea: después de sancionar un fuera de lugar contra el equipo local, una botella de gaseosa lanzada desde la tribuna aterrizó en su cabeza, y el pobre hombre aterrizó en la gramilla. Por falta de garantías, el partido estuvo a punto de suspenderse. Situación crítica para el juez central, pues en tales casos el equipo local pierde los puntos. Y lo que sucedió en Bolivia, y otros incidentes todavía peores, vienen sucediéndose con relativa frecuencia en los demás estadios del mundo.

¿Cómo educar al público para que reinen la cordialidad y el espíritu deportivo? Averígüelo Vargas. Nadie ha encontrado todavía la manera. En consecuencia, ya que es imposible evitar los ataques, lo sensato es mejorar las defensas y tomar medidas para proteger a los jueces, y con ellas el espectáculo. Una muy sencilla se le ha ocurrido, medio en charla, a una hija mía: el uso obligatorio de cascos por parte de los jueces de línea, similares a los usados por los motociclistas. Y aunque la idea era una mera charla, se trata de una medida seria y fácil de poner en práctica. Más aún, puede complementarse con otra igualmente saludable, para cuando los proyectiles no aterricen en la cabeza, blanco preferido de los salvajes francotiradores, sino en la espalda: un chaleco acolchado, similar al usado por los catchers en el béisbol, pero invertido, es decir, con la parte protectora a la espalda (piensa uno que en algunas ocasiones lo más apropiado sería un chaleco antibalas).

Otra agresión muy común se presenta contra los jugadores que cobran los tiros de esquina. Se facilita este atropello, porque el encargado de cobrar la falta se ve obligado a acercarse a la tribuna. Dicho de otro modo, se pone a tiro. Es historia repetida ver pilas, botellas, monedas y hasta radios portátiles volando de las graderías hacia el jugador. Sin embargo, hay una manera sencilla de solucionar el problema. Bastaría poner en las cuatro esquinas del campo escudos protectores, transparentes, del mismo material utilizado por la policía. Y para ser más enfáticos, los escudos, así como los cascos y pecheras, deberían ser obligatorios por determinación gubernamental.

Una de las sanciones que más agresividad puede despertar, por igual entre espectadores y futbolistas, es la llamada pena máxima o penalti. La razón es clara: esta sanción es casi equivalente a un gol, por lo que tiene un alto valor decisorio en el resultado final del partido. Y el ambiente sube aún más de temperatura cuando el penalizado es el equipo local. Son tan graves a veces los incidentes derivados de tal situación, que el juez, con el fin de no arriesgar su integridad física, se hace el de la vista gorda y no sanciona la falta (con toda razón). En otras palabras, frente a las penas máximas los jueces se ven compelidos a parcializar sus decisiones en pro del equipo local.

En vista de las razones señaladas, se ha convertido en una necesidad urgente el auxilio de cámaras de vídeo para el análisis de jugadas dudosas. Si la imagen está ya disponible para los televidentes y para los comentaristas deportivos, también puede estarlo para los jueces. Es fácil habilitar en un costado de la cancha una pequeña cabina, provista de una pantalla de televisión conectada con todas las cámaras. Y amén del recurso proporcionado por la cámara lenta y la congelación de la imagen, se podría, si fuese necesario, utilizar también el analizador virtual de vídeo, programa que permite observar la jugada polémica desde todos los ángulos posibles. Una perfecta disección de la jugada. Debe tenerse en cuenta que hay acciones que ocurren en un intervalo de tiempo tan breve que el ojo humano es incapaz de percibir los detalles.

De ese modo, una jugada dudosa y que pueda incidir en el resultado del partido, tal como un fuera de lugar previo a un gol, una expulsión por juego peligroso, un balón que golpea el travesaño y rebota muy cerca de la línea de gol, una “mano” o cualquier otra infracción cometida dentro del área de las dieciocho yardas, hace méritos suficientes como para interrumpir por un momento el partido y, entre todos los jueces, analizar las incidencias por medio del replay. De esta manera, una decisión tomada después de una pausa, después de apreciar la jugada a diferentes velocidades y desde diferentes ángulos, aún desde aquellos fuera de la visual de los tres jueces, le daría al público la seguridad de que fue justa. Y seguridad equivale a sosiego. Tengamos presente que la injusticia es uno de los más poderosos desencadenantes de agresividad. Para completar, se acabaría la eterna disculpa del juez: me equivoqué, y errar es humano.

Puede señalarse una ventaja adicional: la decisión en tales casos se tomaría por mayoría, entre los tres jueces, lo que restaría oportunidades y tentaciones a un juez que hubiese sido sobornado (habría que sobornar a tres, que es más costoso y resulta más difícil mantenerlo en secreto). Se evitaría, asimismo, que el árbitro fuese extorsionado, pues las decisiones cruciales no estarían por completo en sus manos (recuérdese que en el fútbol profesional a veces están en juego sumas millonarias). Es lógico que enfrentados a un fallo que lastime los intereses del equipo local y que haya sido tomada con el auxilio de las cámaras, instrumentos objetivos y veraces, los furibundos hinchas reducirán su temperatura, y los impulsos agresivos de las masas disminuirán en concordancia con ello. Esto no significa que la ambicionada paz llegará a los estadios, ni aunque se juegue en La Paz. Mientras haya desadaptados (término usado por los comentaristas deportivos) y locos sueltos, se presentarán actos agresivos. Pero con seguridad serán menos numerosos.

Alguien propone que se utilicen dos árbitros principales, como en el basquetbol, cada uno encargado de media cancha, pues es bien extenuante para un solo árbitro correr toda la cancha durante 90 minutos y, además, hay momento en que le es imposible estar al pie de la jugada. Esto encarece el espectáculo, pero podría usarse solo en torneos internacionales. Digamos que la idea debe estudiarse pues elimina problemas de decisión arbitral.

Una de las peores plagas del fútbol es el llamado localismo, o parcialidad a favor del equipo local, un mal imposible de erradicar pues es consecuencia de la debilidad humana y de la inseguridad que rodea a los jueces. No es un secreto para nadie que el número de infracciones y tarjetas en contra del equipo visitante es por lo regular mayor que el correspondiente al de casa, prueba clara a favor de la presencia del localismo. Y las llamadas sanciones compensatorias son otra consecuencia directa de la parcialidad del juez. Es humanamente imposible ser imparcial con varios miles de espectadores rugiendo en las tribunas, apoyados por once energúmenos dentro del campo de juego.

Al contar con el análisis electrónico y la aprobación mayoritaria de los tres jueces de turno, las probabilidades de acertar en las decisiones cruciales serían mucho mayores, y, en consecuencia, el juez central podría obrar en los casos difíciles con plena confianza y seguridad. Asimismo, la responsabilidad de las decisiones importantes se diluiría entre los jueces, lo que facilitaría la tarea de sancionar a los jugadores del equipo local. La justicia saldría ganadora.

Podrán algunos objetar que con el recurso del juez electrónico el juego se verá interrumpido con molesta frecuencia, discontinuidades que atentarán contra el espectáculo. Ante semejante objeción se puede argumentar que aquellas decisiones que afectan el resultado de un partido no son frecuentes. Sería, por ejemplo muy raro un partido en el que se tuviese que interrumpir el juego más de tres veces. Pero aún en estos casos, el hecho de contar con una mayor justicia compensaría con creces las molestias.

Pero no nos hagamos ilusiones. Sin importar los sistemas auxiliares que se implementen para la toma de decisiones, no faltarán los casos frontera: “fueras de lugar” dudosos, “manos” entre voluntarias e involuntarias, o infracciones que pudieron haber sido simuladas por el supuesto agredido, etcétera. Más todavía, sea cual fuere la decisión del juez, siempre habrá descontentos entre los perdedores. Pero el hecho de saber que las decisiones fueron tomadas después de repetir a voluntad y analizar con detalle las jugadas, tendría un gran valor como estrategia de apaciguamiento.

 

Antonio Vélez M.

 

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