Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Cerebro adolescente

El cerebro adolescente evalúa la realidad de una manera distinta de como lo hace el cerebro adulto. En ambos, la corteza prefrontal regula las emociones y las motivaciones. Dos sistemas neuronales interactúan en la mente humana: uno que mueve a conseguir las metas y otro que frena. El que empuja es el emocional y de motivación, mientras que aquel que frena es el de control, capaz de canalizar y aprovechar toda la energía en plena ebullición. Deben estar balanceados.

La experiencia y el desarrollo intelectual mejoran las ejecuciones de la corteza prefrontal. En el joven, la experiencia es menor, no su coeficiente de inteligencia, llamado IQ. Se ha visto que entre más alto el IQ, más desarrollo del lóbulo frontal. El IQ ha ido en aumento, como consecuencia de la educación.

Es común que en la toma de decisiones, el joven desvalorice el tamaño del riesgo y valorice por encima el tamaño de la recompensa. Esta característica en la forma de evaluar aumenta si el joven está en presencia de otros jóvenes. El joven intrépido aumenta el riesgo de la hazaña y los jóvenes menos arriesgados lo siguen. Estas son demostraciones de valor, fuerza o talento para aumento de estatus en el grupo. Para compensar el atrevimiento está el sistema de control.

El problema que enfrentan hoy los padres es que cada vez con mayor prontitud se madura sexualmente (se cree que debido a la buena alimentación y a la falta de ejercicio), pero con mayor lentitud se llega al rol de adulto responsable. El adolescente quiere tener vida sexual y la necesita, pero no está preparado para la paternidad. La lucha por sexo, poder y respeto, derivada de la madurez sexual, puede ser peligrosa sin el adecuado funcionamiento del sistema de control, que inhibe ciertos comportamientos. Además, el joven no ha tenido suficientes oportunidades de controlar sus impulsos, y controlarlos es lo que mejora la capacidad de controlarlos.

Lo que proponen sicólogos como Alison Gopnik y Robert Epstein es que los padres en conjunto con sus hijos adolescentes compartan tareas que permitan distintos tipos de aprendizaje. Robert Epstein asegura que el adolescente “problema” no es producto del cerebro inmaduro, sino de una cultura que prolonga la infancia artificialmente y no acompaña a los jóvenes en su desarrollo, ni los involucra en tareas dentro de la sociedad. Para Alison Gopnik, los jóvenes solo aprenden material abstracto en los colegios y no tienen la oportunidad de experimentar y ejecutar tareas en compañía de adultos.

El joven se ve obligado a adquirir en el colegio conocimientos que aparentemente carecen de propósito. Realizar tareas sin un propósito claro, sin sentido, es descorazonador. Cuando al adolescente se lo trata como adulto y se le muestran los objetivos, usualmente acepta el reto sin disgusto.

Los programas de concurso demuestran que los jóvenes están en la capacidad de realizar muchas tareas de adultos, tan bien como ellos: pueden cocinar como chefs, bailar como trompos, cantar como artistas. Bajo experimentación demuestran capacidades cognitivas superiores a las de los adultos, bajo el estímulo adecuado.

Los colegios, como los conocemos, solo alientan la desesperación, al igual que muchos padres exigentes, que esperan excelentes resultados académicos, pero son poco acompañadores de los procesos de aprendizaje. Hacer tareas conjuntas con los hijos es un placer para estos. El reto para los padres es no apartar a sus jóvenes hijos del mundo adulto.

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