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Publicado el cruiz

¡Aquí están los filósofos!

7 respuestas al artículo de la revista Arcadia, ¿Dónde están los filósofos?

“¿Sabes quiénes son los verdaderos filósofos?” Me dijo una vez un tipo en un bar. “Leonardo Da Vinci y Carl Sagan”. “…” contesté yo.

Con la misma arrogancia babosa un artículo de la última edición de la revista Arcadia se pregunta dónde están los filósofos en la discusión pública nacional. Por filósofo el periodista autor del artículo entiende una caricatura, un autista barbudo con mochila bufanda y tinto. El periodista (que parece que también es filósofo) excluye además a muchos, que trabajan como periodistas (como él) y que se formaron en la misma carrera (su carrera). Entre esos, ni más ni menos que Fidel Cano, director de este diario, y Jorge Cardona, editor general de El Espectador.

Ese es solo uno de los desaciertos del artículo, lleno de preconcepciones ingenuas desde la primera línea, que bastarían para descartarlo, para dejarlo pasar agachado, si no fuera porque justamente lo último que hace un filósofo es amilanarse ante una pregunta. A continuación reproduzco las respuestas de Juan Fernando Mejía @juanfermejia, Cesar Gómez @alacontra, Adriana Roque @ariadna502, Sergio Roncallo @jocantaro, Richard Tamayo @melismatik, Ángela Perversa @angelaperversa, y Juan Carlos Arias @elnuevojuan.

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La generación sin paraguas. Respuesta a la pregunta ¿dónde están los filósofos?

Por Juan Fernando Mejía Mosquera

Escribo tarde, cuando la indignación por el artículo de Revista Arcadia ya se ha disipado, en un anochecer que me llena de orgullo por haber pasado el día leyendo las respuestas de mis colegas a la misma pregunta y al mismo artículo. Orgullo de que un conjunto de personas se haya manifestado con tal altura y con tal despliegue de argumentos e inteligencia.

Pertenezco a la generación que estudió filosofía al final de los años 80 del siglo pasado, es decir, a la generación que construyó una imagen de su profesión y de su quehacer bajo la guía de los profesores del paraguas y de otros como ellos: educados en Alemania, diestros lectores de Kant, de Husserl y de Heidegger, de la Escuela de Frankfurt los más entusiastas, los más comprometidos. En efecto los días del marxismo habían pasado y uno veía ahora a los troskistas dedicarse con todo éxito al idealismo alemán. El compromiso de esos días, el que aprendíamos, era el compromiso con la academia.

¿Qué academia hacían estos doctores cuando fueron mis maestros? Para decirlo sin ambages se trataba en muchos casos de un ejercicio de rechazo sobre sí mismos que para consumarse tenía que concretarse en el ejercicio de rechazo por sus alumnos. ¿Cómo funcionaba este mecanismo perverso?

1. Las lenguas. El castellano no era una lengua confiable y la desconfianza que inspiraba no comenzaba en las frases que pudieran proferir los filósofos usando esta lengua. La desconfianza por el castellano comenzaba en el sonido de los nombres propios de los que firmaban los textos. La academia de estos maestros no leía firmantes hispanos (quisiera tener a la mano las bibliografías para los cursos de esos días, no recuerdo haber leído por sugerencia de mis profesores a ninguna mujer, por ejemplo, y solamente en una ocasión tuve un curso cuya bibliografía había sido escrita originalmente en castellano, dicho curso incluiría algún latinoamericano, pero a ningún colombiano).

En esos días la enseñanza media no incluía el latín y pocos estudiantes dominaban una segunda lengua al entrar a la universidad, por aquellos días los clientes de las facultades de filosofía nos mezclábamos en los cursos del Instituto Goethe, de la Alianza Francesa o del Consejo Británico. Según la tradición en la que quisieras comenzar a militar, debías escoger una segunda lengua para apropiártela. Nada de malo en ello: salvo por un detalle, la apropiación de la lengua materna quedaba extrañamente pospuesta. La escritura en español se cultivaba al servicio de ciertos géneros literarios académicos básicos como los protocolos de seminario o los trabajos con los que respondíamos una pregunta sobre relación de conceptos. Aprendíamos y aprendimos a escribir en español con nostalgia de no poder escribir en una lengua que sí mereciera ser considerada filosófica. Aprendimos a leer sabiendo que no leíamos obras sino traducciones. Porque no había obras filosóficas escritas en español (los trabajos de apropiación de la filosofía en nuestra lengua datan del final de los años 90)

2. Pensar en nombre propio. En esos días la primera instrucción a la hora de elaborar un escrito rezaba “omita su opinión personal”, por supuesto, nada que uno pudiera decir por sí mismo podría compararse con lo que los comentadores autorizados ya nos explicaban sobre el venerado texto principal. Aprendimos a escribir con “se” impersonal, jamás un “yo pienso”, ni siquiera en los trabajos sobre la ilustración. No nos engañemos, no sufríamos por ello, todos jurábamos estar conquistando la cima del rigor y que la renuncia al “yo pienso” estaba extrañamente justificada. El nosotros mayestático que se imponía a veces no nombraba un presente compartido, era, casi siempre una impostura, la simulación de hablar con el otros al cual nada parecía unirnos.

3. No hay, no ha habido y no habrá filosofía en Colombia. Los días del palacio de justicia, Armero, la desmovilización del M-19, la asamblea constituyente fueron días en los que todos salimos a la calle pensando en el país pero pensando que ese pensar no era el pensar admisible en la facultad. Zuleta, Cruz Velez y Gómez Dávila optaron por no aparecer en la Universidad para que no les dijeran qué ni cuando podían pensar, resolvieron el asunto y pagaron el precio de que la academia filosófica los mirara, en palabras de los profesores del paraguas, como provincianos que no merecían consideración. De los filósofos colombianos aprendieron primero los autodidactas, los que se estaban formando en literatura y ciencias sociales, aquellos para quienes prensar el país con insumos hechos en el país era una parte legítima del ejercicio profesional. Los profesores de la universidad pública pensaban que la filosofía en Colombia arrancaba en la República Liberal, los profesores de la universidad privada con filiación religiosa no se decidían todavía a trazar las líneas que los conectaban a la tradición intelectual de la colonia.

4. Si pensar la realidad es pensar la coyuntura entonces pensar la realidad no es asunto de la filosofía. Unido a los mecanismos de exclusión cultural está un mecanismo de exclusión de los saberes, que operaba en la práctica en la misma época que se pregonaba la interdisciplinariedad. Es la misma época en pensar la realidad colombiana se identificaba con el ejercicio de un saber con un nombre extraño: violentología.

El mundo académico construido o delimitado por esas prácticas ha cedido ante presiones de todo tipo que han modificado los límites y que han puesto nuevas condiciones a las prácticas de todas las disciplinas que viven o sobreviven al interior de la institución universitaria. Eso implica que el funcionamiento empresarial de las universidades impone un conjunto homogéneo de prácticas común a todas las disciplinas, un conjunto de criterios de evaluación y una sujeción generalizada a las políticas estatales de evaluación de la calidad y promoción de la investigación. Las consecuencias de esta situación son paradójicas: la productividad aumenta, se incluyen disciplinas que antes se despreciaban pero otras sufren por dificultad para adaptarse al sistema.

Esto obliga varios, múltiples replanteamientos, caminos individuales y colectivos de producción asociación e interlocución, generación de espacios y formas de escritura y comunicación que antes no conocíamos. Ejercer la filosofía implica para mi generación la reinvención de la vida académica y la búsqueda de espacios de interlocución y de pensamiento con los que no habíamos soñado.

Para quienes han llegado a la cátedra tras semejante formación tener la oportunidad de tomar la palabra en frente de un grupo de estudiantes significa una oportunidad, de hablar en nombre propio, de explorar las posibilidades de valorar el propio discurso y de ver un interlocutor en cada estudiante.

La obligación de perseguir títulos, publicar en nombre propio, entrar en la carrera de acumular puntos por producción intelectual y el conjunto de condiciones a las que la carrera universitaria nos somete actualmente es un arma de doble filo que ejerce una presión nada despreciable sobre quienes fueron entrenados para dudar sobre cada frase que escriban y obrar con la más severa autocrítica. Para bien o para mal obedecer un mandato casi industrial ha forzado uno o varios pasos adelante en dirección a la generación de firmas, interlocuciones y lecturas mutuas.

La filosofía ha mostrado ser una disciplina útil para personas con otra formación, la interlocución con el filósofo puede darse sin que este tenga que integrar al interlocutor en una tradición disciplinar, un léxico o un hábito mental, no hay que volver filósofo al otro para que fluya la cooperación, las conexiones, la diversidad. En lugar de generar una masa de lectores, las conexiones por cooperación, sugerencia o contaminación de ideas y textos, han dado lugar a todo tipo de productos híbridos, resonancias, cooperación.

Estudio de filosofía Colombiana. Hoy es posible publicar sobre filosofía colombiana, hacer de ella el tema de un curso dentro de un departamento oficial. Esto implica asumir la lengua en que leemos y la lengua en la que escribimos como algo propio y posible. No se trata de celebrar un monolingüsmo inviable en un mundo interconectado, ni de militar en un aislamiento cultural. La propia lengua opera como una opción válida para el pensamiento, para la producción de conceptos y de formas de vida.

Las manadas, no pensamos solos, trabajamos en grupo. Apostar por esta posibilidad solamente es posible rompiendo el modelo de estudio tradicional, pasando del narcisismo de los seminarios donde el director ilumina desde un lugar privilegiado a la experiencia de un desafío mutuo y constante. Pero esto no se cumple solamente en las aulas universitarias, los encuentros y las asociaciones tienen lugar en otros espacios dan lugar o formas hospitalarias del discurso. Todo esto puede ocurrir con independencia de la presencia, en la mera circulación de las escrituras, en la proliferación de la producción que se asume patrimonio común. En una circulación casi anónima del logos y la grafía.

Hay una asignatura pendiente, la discusión y la reacción sobre los temas de la vida nacional, la cuestión de los medios, para hacerlo sin faltarse a sí misma la filosofía ha de operar una deconstrucción de las condiciones en que tome la palabra, para que la resistencia no se convierta tan solo en opinión, cultura o entretenimiento.

Firmo con la certeza de no haber hecho más que una enumeración, pero esta puede verse como una agenda para posteriores interacciones.

No hay filósofos, pues cada uno es ya muchos.

Una respuesta a revista Arcadia por César Gómez / @Alacontra.

Le dedico esta entrada a todos aquellos que saben que son aquellos.

Escribir sobre el asunto después de plumas (o dedos sobre el teclado) como las que se han expuesto hoy en este espacio, no deja de ser intimidante. A mí, personalmente, no deja de parecerme melodramática la pregunta por ¿Dónde están los filósofos? A mí, la verdad, esa respuesta me tiene sin cuidado. Sobre todo porque el tono a lo largo del artículo se va haciendo más acusativo que inquisitivo, de tal forma que la personificación de tales “filósofos” mal buscados suena a personalización de culpas o parche de cuitas bajo el paraguas de la añoranza de tormentas de mejor talante. En fin, digo que la pregunta por los filósofos me tiene sin cuidado, porque la desplazaría primero a la pregunta por el lugar mismo de la filosofía, que no es más que la sustantivación del verbo “filosofar”. Prefiero llevar la discusión y esta réplica a una inquietud por esa necesidad necia, heredada de una gramática de la estirpe de redactores de constituciones, de buscar sujetos -ya sea tácitos o explícitos- para todo verbo. El dónde debería inquerir por el lugar de la actividad del filosofar. Esto le hubiera permitido al periodista cultural visibilizar que las comunidades que tan mal paradas salen, al considerarlas meras aglomeraciones de individuos que desaparecen tras un colectivo. Porque si hay un lugar para la filosofía, y que además ella reclama una y otra vez, no es el de los manuscritos anhelados, o el de las monografías conducentes a títulos o a cualquier otra modalidad de “acumulación de tarjetas de puntos del supermercado llamado academia”, es el lugar de lo que sucede entre aquellos que no necesariamente se adjudican una acción que por principio demanda su circulación.

Por eso se confunde la ausencia de nombre propios “massmediáticos” (sic) con una ausencia de aquella actividad que ante todo se realiza en nombre de lo común. El carácter público de la filosofía no se reclama en vociferaciones lenguaraces que esperen tomar presencia en los medios. Empecemos por decir que el carácter común de la filosofía consiste en que, tal vez, no existe nimiedad más potente que la de introducir la pregunta allí donde la obviedad cunde como metástasis en un mundo que da por hecho los hechos. Y eso, a pesar del título a manera de interrogante, es lo que menos hace el artículo en cuestión. Si vas a buscar un pisco encerrado, lo encontrarás bajo un paraguas, no propiamente de marfil sino con un pretencioso mango de madera. Si vas a buscar filosofía debes acudir a grandes sombrillas que alberguen a más de uno, o dos o tres. Tendrás que ver más blogs, leer más comentarios que hacen en 140 caracteres lo que no hace más de uno con 100 páginas a su disposición. Y es que la filosofía acontece entre las personas, a pesar del mercantilismo al que Colciencias haya querido someter toda producción. La filosofía nunca ha sido otra cosa que colectiva, pero no por arrume de cerebros, sino por conexiones entre ellos y los mundos que interrogan.

El hecho de que los “massmedia” (sic), por “culturales” o “culturalistas” que se autodenominen, no interroguen sino que vociferen afirmaciones a diestra y siniestra, es evidencia de la ausencia y el retiro de cualquier filosofía en su terreno. Pero confundir los masmelos mediáticos con el registro de lo público, y confundir este con lo común, son dos de los muchos errores y lugares comunes en lo que incurre el periodista cultural autor del artículo. Porque si es cierto, como se rumorea, que estudió filosofía, fijo que ahí es el primer lugar donde No encontrará a la filosofía. Por andar buscando filósofos encontró estrellitas del establecimiento que no constituyen una representación de una actividad polifacética y que transcurre en muchos lugares, que precisamente para el autor no son “propiamente filosóficos”. Representan eso sí, como se ha dicho en otros textos de respuesta, su propia ausencia.

Si quieres repuestas, busca que te lean el Tarot. Ni utilidad, ni verdad. La filosofía es una tarea en sí misma. Pero la filosofía transcurre entre manadas nómadas, entre territorios de caza inexplorados. Buscas filósofos y no puedes ver las hordas. Buscas filosofía y no puedes si quiera preguntar, porque claro, las preguntas nunca nos son propias, nos han sido confiadas por la memoria o la curiosidad.

Que ¿quién escribe esto entonces? preguntará usted ¿No responde usted como filósofo? Acaso será su falso cuestionamiento que afirma lo que dice ignorar. A la primera pregunta le responde una multitud de textos. A la segunda le responde alguien que ha trascurrido por un lugar llamado filosofía. He pastado, bebido, orinado y cagado en ese territorio de una manada sin número, de un cardumen que baila al aroma de un tinto. Por eso ni hay filósofos, uno a uno, que no sean ya muchos. Por eso no hay lugar para la filosofía por que ella es lugar, el lugar para filosofar. y ¿quién filosofa entonces? será su última pataleta. ¿Por qué supone que tal acción debe ser de un sujeto? Le respondería ella.

La respuesta de Adriana Roque a Arcadia…

Respuesta a la Revista Arcadia por su artículo ¿Dónde están los filósofos?

Es difícil decidir por dónde comenzar a responder a este artículo. Digo por dónde, porque un escrito plagado de prejuicios basados en una serie de lugares comunes, de poca investigación y de parcialidad institucional como este, realmente dificultan la tarea. Richard Tamayo preguntó: ¿quién o qué es Arcadia para plantear tal pregunta?, que podemos leer como quién o qué le otorga a Arcadia una investidura portadora de una soberanía tal para violentamente imponer sobre los agentes filosóficos esquemas generalizantes y definitorios de aquello que deben ser. Quién o qué exige qué o cómo; en últimas, también, a quién o a qué responden. Esto también se entiende como: quién o qué pregunta qué y cómo estableciendo cuáles condiciones para determinar qué tipo de respuesta.

Porque hay que aceptar algo: partir del cliché de la torre de marfil para definir el hábitat de quien filosófa es meter al objeto de discusión en un círculo vicioso, es obligarlo a ser el perro que se persigue la cola, es convertirlo en la pelota de tennis en un partido entre Federer y Nadal. Digo esto porque es una pregunta que supone, que pre-determina su respuesta. No preguntan dónde están los filósofos como quien pregunta dónde queda una dirección; es decir, no preguntan para encontrarse con las múltiples caras del hacer filosófico, sino que formulan una pregunta según una respuesta ya articulada.

Asumimos, como punto de partida, que la filosofía -cosa extrañísima que no nos hemos tomado la tarea de acoger porque es algo muy complicado y en un mundo en el que llueve tanto, en realidad, para qué entenderlo, para qué pensar; razón por la cual asumimos que libros como “Cómo cambiar tu vida con Proust” son el ejercicio filosófico consumado por excelencia- [asumimos que la filosofía] no “se muestra” en el “espacio público”, porque no tiene nada que decir, dado que se trata de unos personajes rarísimos que decidieron dedicarse a escribir diatriba tras diatriba, quién sabe por qué razón, y qué mejor lugar para hacer eso que una torre de marfil. Entonces, dado que ya les hemos dicho que, para comenzar, no tienen nada que decir porque lo que tienen que decir en verdad nada dice ni hace -esa es la esencia de sus diatribas-, iremos a tocar en la puerta de las torres de marfil, o quizás mejor cabañas de madera, que les hemos construido a preguntarles por qué diablos es que no dicen nada, por qué es que no salen de su confinamiento. Dado que ya tenemos clarísimo cómo vamos a responder la pregunta, también tenemos clarísimo a quién acudir. Pero olvidan que los han cercado antes de cercar sus propios pre-juicios, su horizonte interpretativo.

Pero disculpen, les voy a aterrizar la metáfora: el problema de la filosofía siempre ha sido el de la visibilidad. De la filosofía en cuanto es algo que se pregunta, de la filosofía en cuanto que se le reclama invisibilidad. Mi uso de la torre de marfil -que prefiero pensar como cabaña de madera para darle más melancolía al lugar común- se refiere a las restricciones de visibilidad que se le imponen a la filosofía: ella y por lo tanto sus agentes están condicionados previamente a no aparecer, dado un pre-establecimiento de 1) aquello que sea filosofar, 2) su representación institucional (esos nombres grandotes, muy bien seleccionados que ponen en la portada), 3) lo que sea el “espacio público” en el cual no se muestran (compartido por igualmente grandes personajes como Enrique Santos Claderón y Mavé), y además 4) lo que sea su espacio propio en el cual, de cualquier manera, también parecen ser incompetentes.

Vamos entonces por puntos:

1) no pretendo definir la filosofía, actividad como muchas inasible, pero sí puedo decir que su ejercicio visible y tangible se muestra como un acercamiento crítico a lo real, sea esto una situación, una persona, un discurso, una idea. Cosas todas muy reales, cosas todas muy performativas. Sócrates nunca deja de preguntar.

2) Los señores de Zubiría, Parra y Sierra merecen mucho respeto como académicos consumados, pero dudo en este momento de si se respetan a sí mismos anulando su propia existencia y demeritando su propio trabajo como docentes. Por otro lado, el artículo denota una falla en la investigación fuerte: ¿dónde está el grupo de investigación de filosofía de la guerra de los Andes, con personas como Maria del Rosario Acosta, Carlos Manrique y Juan Ricardo Aparicio que, créanme, piensan mucho en Colombia? ¿Dónde están los Jueves de la Filosofía de la Biblioteca Nacional, espacio que en vez verse anulado debería poder quejarse por la falta de asistencia de “la gente”? ¿Dónde están las interminables listas de publicaciones de las universidades del país? ¿Dónde está también el nombradísimo filósofo colombiano Guillermo Hoyos quien detenta en su haber el haber sido chuzado por el DAS, certificado en este país incuestionable de participación en la vida política pública? Y esto pensando únicamente en Bogotá. Dónde están en su artículo, señores de Arcadia, preguntamos nosotros. Si, además, quizás el autor se hubiera tomado el tiempo que se tomó revisando los infinitos blogs y CV de personas en otros países, si se lo hubiera tomado buscando blogs de este tipo en Colombia, se los aseguro, hubiera encontrado muchos.

3) a qué espacio específicamente convocan a los agentes del pensamiento crítico, no queda claro. Primero parece ser que se quejan del filósofo al que ni le interesa publicar artículos, lanzarse al ruedo en congresos, alimentar la filosofía en colombia. El último si acaso fue Estanislao Zuleta. Irrespeto, por demás, con el maestro Zuleta. Pero después el punto no es ese; después el punto es que no están discutiendo en los noticieros, que no tienen blogs, que no se autopublican. Las razones para disentir respecto de esto, ya las nombré en el punto anterior. Entonces nos dan ejemplos de filósofos ‘de formación’ que optaron por la vida pública, desdeñando ‘la verdadera actividad filosófica’ (qué sea eso, tampoco lo aclaran): Enrique Santos Calderón, Mavé. Y después ejemplos internacionales de personajes que detentan títulos de libros tales como “Dexter and Philosophy”, “Ipod and Philosophy”, “¿Por qué toman alcohol los jóvenes?”, “Qué es ser buena persona” y “Ganas de vivir”, entre otras. Entre la propaganda pro establishment y el tarot, y la superación personal de medio pelo y la filosofía del caucho para agarrarme el pelo como opciones de espacio público que otorgan visibilidad y voz, creo que se sobreentendería si dijera, parafraseando a Heidegger, que los filósofos han huido del espacio público. Un mínimo esfuerzo de investigación mostraría la importancia de la opinión en sus respectivos países de figuras como Jacques Rancière, Alain Badiou, Rüdiger Safranski, o Peter Sloterdijk. También, ellos están en unos espacios que piden su opinión, porque la respetan y ella ayuda a comprender los sucesos que afectan sus vidas. Que El Tiempo compre artículos de Umberto Eco no es responsabilidad de quienes aquí filosofan; es sólo una muestra de lo que al establishment le interesa que se muestre. Es una muestra de a quién y sobre qué preguntan. Si quisieran, los medios podrían quitarle el ‘mute’ al televisor en el que ven, cual si fuera un circo, a los filósofos gesticulando.

4) Ciertamente intentan preguntar con cierta nostalgia, dónde están cuando tanto los necesitamos. ¿Sí? ¿Por qué los extrañan? Por su capacidad de pensamiento crítico, claro está. Y esto necesita, como todo, un espacio. El espacio de la academia (aunque ciertamente el ejercicio filosófico no se limita a ser académico, cosa que también olvidan distinguir). Pero se quejan de que estén en la academia: en realidad, nos vale madres lo que hagan en la academia, los necesitamos aquí y ahora para que hagan algo que valga la pena, algo con efectos, algo por su patria. La producción es poca y ni la vemos. Pero ya nos habíamos quejado de que se la pasan divagando sin razón; sin embargo también nos quejamos de que no divulgan sus divagaciones (así sea sobre un iPod, pero por Dios santísimo, escriban algo). Nada más entre 2000-2010 hay por lo menos 50 libros publicados a nombre propio (no son compilaciones ni memorias de inútiles congresos sobre Kant) solo en Bogotá. Supongo que ponerse a buscar eso es mucho trabajo.

Nos damos cuenta ahora de que, en realidad, son los argumentos esgrimidos para ponernos en problemas los perros intentando morderse la cola.

Si yo fuera a escribir un artículo preguntando por la filosofía en Colombia, ciertamente no preguntaría “¿Dónde están los filósofos?”, preguntaría: “¿cómo estamos viendo, que no aparecen ante nuestra vista los filósofos?”

La verdadera torre de marfil

[Colaboración de Sergio Roncallo Dow a propósito de la pregunta ¿Dónde están los filósofos? de la Revista Arcadia.]

No puedo menos que sonrojarme al ver la idea de filosofía que comparten dos de mis antiguos profesores de filosofía en la Universidad de Los Andes. Digo sonrojarme porque, por momentos, me parece que la inflexión verbal ‘avergonzarme’ podría resultar un poco fuerte y calar, para mal, en el ya hinchado ego de ciertos profesores de filosofía.

Como ya lo dijo Ángela Perversa, resulta poco menos que peculiar que, bajo el amparo de un elegante paraguas chapineruno, tres profesores de filosofía que llevan un buen tiempo hablando de lo mismo, pongan en tela de juicio el trabajo de una generación de filósofos que ellos mismos se han encargado de desconocer etiquetándolos, usualmente, bajo la paternal etiqueta de ex alumnos. Quizá ese paraguas chapineruno y la mirada hacia el horizonte lejano que tiene el profesor de Zubiría en la foto de la portada de la edición 66 de la Revista Arcadia, sea la mejor manera de dilucidar lo que pasa con el panorama filosófico en nuestro país y entender que la verdadera torre de marfil no es la academia sino la concepción decimonónica que se tiene, entre nosotros, de ejercicio mismo del filosofar. Y digo una torre de marfil porque, en efecto, son los mismos profesores que a mí me dieron clase en los viejos salones de la universidad los que se ufanaron de haber sido alumnos de Heidegger y Gadamer, los que se declararon únicos detentores e intérpretes del pensamiento de ciertos autores y los que nos recordaron una y otra vez que la filosofía no se podía hacer en castellano y que poco podíamos hacer los que tratábamos de entenderla; quizás, nuestro único destino, indigno para muchos de ellos, era ser profesores de colegio porque, sin pasar por Heidelberg o Berlín, era my poco a lo que podíamos esperar. No deja de resultar inquietante que, como alguna vez lo dijo el profesor Jorge Aurelio Díaz -en su texto “Una Crítica “Romántica” al Romanticismo”- la filosofía sólo sea “rentable” para quienes están ubicados en departamento de filosofía que les permita investigar; no deja de ser inquietante que las críticas provengan de allí, no deja de ser inquietante que sean ellos y no otros los que critiquen la ausencia de los filósofos en lo que suele llamarse, vulgarmente, la realidad.

La torre de marfil es, entonces, esa que construyeron los maestros que hoy le piden cuentas a una generación a la que ellos no supieron mostrarle en qué consiste el ejercicio del filosofar y la pertinencia de la filosofía en una sociedad que, hace rato, reclama ser pensada y, en efecto, está siendo pensada. No se trata de indagar acerca de qué diría Kant sobre las Farc, ni mucho menos de tener una presencia mediática continua para que la filosofía produzca realidad; hoy el país se piensa desde un tablero, un café, discusiones grupales y un billón de lugares desparramados por la red: blogs (hay algunos más, no sólo el de Jorge Giraldo), trinos, grupos de discusión. La torre de marfil está en la cabeza de quienes hoy hacen de la filosofía un ejercicio de élite y una actividad excluyente, aquellos que reivindican una y otra vez su carácter disciplinar y que consideran que todo lo demás son saberes menores. Es esa torre de marfil la que ha hecho de la filosofía un saber iniciático, la que ha hecho que aún hoy muchas personas se pregunten con estupor ¿para qué sirve la filosofía? Del mismo modo en el que se preguntan por la utilidad de un software o de un encendedor.

¿Dónde están los filósofos? En 17 departamentos de filosofía, para empezar, no sólo en el de la Universidad Nacional. Sí, pero también en otros lugares: en periódicos, en agencias de publicidad, en ONG, en facultades de Comunicación –como en mi caso-, haciendo arte, pensado el cine, haciendo cine, pensando la anorexia, el punk…… Por supuesto, allí viene la objeción del periodista de Arcadia que, de entrada, traza el límite –moderno, burgués y decimonónico- de lo que es la actividad filosófica, de lo que significa ejercer “como filósofo” y nos dice: “Existe, dicho sea de paso, el fenómeno del filósofo de formación que pertenece a la vida pública, pero que no ejerce verdaderamente como filósofo. Entre otros, se destacan Enrique Santos Calderón, Mauricio Pombo y Mavé —sí, la del tarot de Mavé”. Sin duda el ejemplo es muy cómodo: ningún profesor de filosofía aceptaría que la labor de Mavé pudiera asemejarse a algo parecido a la filosofía. El tono de mofa del periodista es obvio pues, de nuevo, se vuelve a la recurrencia de una labor filosófica encapsulada en la que, verdaderamente, es la torre de marfil.

Aquí estamos los ¿filósofos?, o al menos, los que hemos tratado de jugarnos nuestra vida y nuestro trabajo por un oficio que debe reinventarse cada vez; aquí está una generación que quizás no fue a Heidelberg o Berlín, pero que tuvo y tiene que pensar y vivir un país que a los maestros hace rato dejó de caberles en la cabeza. Esa es la torre de marfil.

¿Qué se busca en los filósofos?

Respuesta a la pregunta “¿dónde están los filósofos?” de la Revista Arcadia

Por Richard Tamayo

Qué placer encontrar en la carátula de una de las pocas publicaciones culturales de Colombia una pregunta, al menos sugerente, ¿dónde están los filósofos? Antes de referirme al contenido del artículo, debo felicitar la posibilidad de articular una pregunta como esta en el panorama mediático actual. Sin embargo, antes de siquiera pretender “responder” a tal cuestionamiento, prefiero tomar un poco de distancia del titular. ¿Quién pregunta dónde están?, ¿acaso Arcadia?, ¿quién o qué es Arcadia como para formular tal pregunta? Podríamos decir que es una “revista cultural” y que, como la filosofía es cercana —si no parte— de lo que mediáticamente se denomina “cultura”, entonces la revista está en deber de preguntarlo. La filosofía, si ha de tener un lugar, es precisamente en revistas especializadas o secciones “de cultura”, al lado de la literatura, el cine, el entretenimiento, etc. Ya esto es lo suficientemente problemático como para merecer una discusión amplia, pero no lo haré aquí. Volvamos al punto, ¿quién pregunta?, ¿acaso el periodista? Pues jovencito, si según dicen en Twitter, tú estudiaste filosofía, esa pregunta es, al menos, sospechosa. O nunca tuviste un encuentro con filósofos en la universidad o ellos fueron incapaces de mostrarte qué es la filosofía. Si, aún así crees que la pregunta tiene un valor crítico, pues no lo estás resolviendoen tanto filósofo, sino como cualquiera de los tantos representantes de las ideológicas y humillantes representaciones que circulan actualmente de la filosofía, lo que habla mal de tu formación o de tu criterio de elección profesional. ¿Quién pregunta dónde están los filósofos? No sé, podríamos hilar fino y pensar que pregunta cierto establishment político e “intelectual”, pero no quiero meterme en esa discusión. Por el momento dejemos la pregunta suspendida.¿Quién está interesado en saber dónde están los filósofos?

Ahora bien, ¿para qué los buscan?, ¿con qué fin?, ¿con el ánimo de demandarles qué respuesta? El artículo es claro: los buscan para preguntarle por su lugar en la agenda de la “realidad del país”, del “debate público”. Esta demanda es más que legítima. Hay que preguntarles qué lugar ocupan pero, esa fórmula retórica utilizada en el titular, ¿no indica precisamente que no es evidente que hagan parte de la realidad? O peor, ¿no indica esa pregunta que precisamente NO hay filósofos haciendo parte de la realidad? O vamos más despacio, ¿no será que los filósofos hacen parte de Colombia precisamente como “ausencia”? En fin, tras esa pregunta es evidente el supuesto de una “falta de filosofía” y, ante esto, respetado periodista, sí que estás equivocado. Porque filósofos hay muchos en Colombia, incluso hay sobreoferta profesional, aunque, desde luego, no faltará quien diga que una cosa es que haya filósofos profesionales y otra que haya “Filósofos”, pero tal discusión no nos importa aquí. La cuestión es, ¿por qué si tu pregunta (o la de Arcadia, o la de Semana, o la de los Andes, no sé.) apunta a que no hay filósofos, la resuelves acudiendo a tres de ellos? Eso es, cuando menos, paradójico, por no decir cómico o, si nos ponemos en una actitud más crítica, cínico. Pero la filosofía opera así, de modo que no insistiré demasiado en porqué le preguntamos a ciertos filósofos por la falta que ellos son en la realidad, aunque si yo fuera cualquiera de los entrevistados me sentiría insultado. “Dónde están los filósofos, señor filósofo, le pregunta un filósofo que, de repente, estuvo en clases de filosofía con alguno de ustedes” ¡Qué vértigo de situación!

Pero bueno, más allá de todos los deliciosos —¿acaso inútiles?— ejercicios filosóficos a los que nos podemos dedicar con esta situación, sigamos leyendo el artículo. ¿Por qué le preguntan justo a estos 3 filósofos dónde están los filósofos? Bueno, no sé, tal vez porque el periodista no los reconoce como tales o, mejor, precisamente porque son filósofos pero no hacen parte de la realidad. Es interesante, los entrevistan para justificar la inexistencia de las voces filosóficas. A través de sus voces se busca dar cuenta de porqué no hay voz filosófica en Colombia. Esos 3 respetados filósofos tendrán sus razones para participar de ese juego periodístico que los vela y los suprime, pero me queda una rara sensación de semejante situación tan beckettiana de hablar para suprimirse como existente.

Alguien podría decir que la culpa no es de las 3 vedettes de la filosofía que han sido entrevistadas, sino del periodista, pero no seré yo quién le pida al señor Restrepo pedir disculpas a los profesores. Dicho sea de paso, los maestros Sierra, Parra y De Zubiría dan unos argumentos muy pobres acerca de el porqué ellos son “una falta” en la realidad colombiana, pero tampoco discutiremos esto aquí.

Sigo adelante, ¿de qué realidad es aquella de la que no participan los filósofos? Aquí sí, afortunadamente, el artículo se torna explícito en todas sus referencias: de los medios de comunicación. Porque, cree el señor periodista, que LA REALIDAD ES LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN, cosa que es narcisista, estúpida, falaz y, seamos honestos, un reduccionismo evidente para cualquier persona. Joven, ni siquiera hay que ser un intelectual para saber que los medios no son la realidad. Podrían ser “tu realidad” —y eso obliga a una visita al psiquiatra— pero no son la realidad ni estamos en condiciones de producirlos como tal. Son apenas una parte, valiosa desde luego, de la realidad, pero tendríamos que preguntarnos por qué la insistencia de muchos periodistas en erigirlos como la realidad legítima. Es divertido, ningún zapatero afirmaría que la zapatería es la realidad, pero los profesionales de medios tienden de manera muy sospechosa a equivocar su oficio con la realidad. Podríamos discutir mucho sobre esto, pero sigamos adelante.

El periodista parece añorar una época en la que los filósofos sí eran parte de la realidad del país puesto que tenían más participación en los medios. Y es evidente a qué Edad de Oro se refiere. Pero el contubernio que históricamente ha sostenido cierto grupo de intelectuales con los medios de comunicación hegemónicos dista mucho de ser un orgullo patrio o un fenómeno digno de mantener vivo. Esos intelectuales hacían parte de un vergonzoso modelo social fundado sobre exclusiones políticas, raciales y de género que constituían “lo culto” a costa de la precarización de una población cuya falta de “ilustración” no era más que un estrategia para neutralizar su potencial político y deseante. ¿En referencia a qué o quién existían los intelectuales?, ¿qué efectos medianamente emancipadores se siguieron de su participación en el gobierno o en el debate público?, ¿con miras a qué efecto crítico hicieron filosofía? Antes de preguntarse dónde están los filósofos hoy, bien valdría preguntar dónde estuvieron antes, dentro de qué circuitos, como parte de qué juegos de poder, alrededor de qué problemas se constituía su ejercicio crítico, qué papel jugaron en la construcción de violencia, qué modelos de comportamiento social fueron capaces o no de instituir. ¿Alguna vez hubo filósofos en Colombia? Esta pregunta ha sido elaborada por algunos grupos de investigadores cuyo trabajo, desafortunadamente, no ha tenido ningún efecto mediático potente, lo que se sigue de un conflicto editorial y de administración académica cuya complejidad elide por completo el periodista de Arcadia. ¿Quiénes son esos filósofos que adquieren preponderancia mediática?, ¿a costa de qué tienen lugar en los medios?, ¿es deseable siquiera, para “nosotros los filósofos” ocupar tal lugar? Mientras el periodista se queja de los pecados por “omisión” de los filósofos colombianos, bien valdría recordarle la existencia de el ex-Comisionado de Paz Luis Carlos Restrepo, ese abyecto personaje investigado por mentirle al país con desmovilizaciones falsas y arreglos nonc santos con grupos narcoparamilitares, ¿es él el referente deseable de la participación de la filosofía en la realidad actual? Créame, señor Rodrigo Restrepo, que prefiero seguir en el anonimato antes de gozar de tan despreciable lugar en la historia del país.

En fin, podríamos escribir largo sobre todos los prejuicios que permitieron concebir este artículo, pero tendremos más oportunidades de hacerlo. Solo un último comentario: ¿por qué sólo le preguntamos a los filósofos dónde están?, ¿qué tienen ellos que los haga proclives al debate mientras otras profesiones son “naturalmente no polémicas”?

Un amigo ingeniero decía algo bien interesante en Twitter: “menos mal que Arcadia no pregunta dónde están los ingenieros de sistemas en el debate público…”. Claro, porque según cierta tradición ilustrada los ingenieros “no debaten”, sino solo crean algoritmos o “arreglan” computadores. Todo esto indica que la Revista Arcadia solo reproduce los efectos ideológicos de cierta parte de la historia del país que reconoce que sólo algunos “ilustrados profesionales especializados” pueden debatir, es decir, aquellos que entraron en los círculos de la educación superior precisamente para ello: los abogados, los científicos humanos y sociales y… los filósofos. Curiosa situación: profesionalizarse para opinar o mejor, profesionalizarse para hacer parte de la realidad nacional. ¿No son todos sus prejuicios académicos, profesionales y de clase, señor periodista, una excelente oportunidad de obligarnos a hacer filosofía?, ¿qué se busca en los filósofos si no someterlos a una opinión de la que ellos no cesan de sustraerse?

¿Dónde?

[Entrada tomada del blog de @AngelaPerversa, camarada ilustre de la Oficina de Mejoramiento Académico, con su permiso e incluso sin él, en medio de las reacciones al artículo ¿Dónde están los filósofos? publicado en Revista Arcadia]

En la última edición de la Revista Arcadia se expone, a través de un artículo titulado“¿Dónde están los filósofos?”, el supuesto encierro de los filósofos en la torre de cristal de sus fortines académicos. Quien elabora la nota periodística, se basa en lo consultado a tres filósofos profesionales, Sergio de Zubiría, Rubén Sierra y Lisímaco Parra quienes posan con su muy elegante paraguas chapineruno en la imagen que acompaña al texto. Tres filósofos. Tres. En una ciudad con diecisiete departamentos de Filosofía.

A partir de un colorido y anécdotico recorrido por la experiencia de las tres eminencias consultadas, el articulista saca en claro que los filósofos colombianos tienen miedo a “massmediatizarse” (sic) y que se consideran una suerte de iluminados que temen perder su altura intelectual al divulgar los productos de sus largas y profundas cavilaciones, cosa grave, ya que este miedo va en dirección contraria de las tendencias mundiales actuales. Los filósofos no usan Internet, no se interesan por los nuevos medios, no tienen cuentas de Twitter… ¿Y cómo no considerar esto como una verdad absoluta cuando se consultó a TODA UNA DECENA de estudiantes de filosofía, alumnos del profesor de Zubiría?

Yo no soy filósofa.

Espero que esta declaración sea suficiente para que no se me juzgue precisamente por querer defender a esa “aristocracia del espíritu” que son los filósofos “encerrados en su torre de cristal”. Esos egoístas del pensamiento que sólo develan la verdad, cual Moisés contemporáneos, a los elegidos a través del filtro académico de la admisión a sus facultades universitarias. No, no pertenezco al gremio. Debe ser por eso, precisamente que no puedo entender las conclusiones del artículo de la Revista Arcadia. Algo habrá de malo en mí cuando me encuentro con blogs de filosofía colombianos, con filósofos en Twitter, con seminarios de divulgación, espacios como los Jueves de Filosofía, cursos, conversatorios y seminarios en los que filósofos profesionales comparten, debaten, discuten, con profesionales de otras áreas, como yo. Filósofos profesionales que no por leer a Deleuze o a Sócrates son incapaces de saber quiénes son los Nule, Lady Gaga, el calendario de la Copa Postobón o el precio de una libra de arroz.

Por lo menos yo, les puedo ayudar a encontrar a varios filósofos. Hasta sé dónde viven.

Lo que no sé es dónde están metidos los periodistas culturales, dónde se encontrará el factor “periodismo” en el periodismo cultural colombiano.

El caso de los filósofos es sólo una de las múltiples generalizaciones que presenciamos en las diferentes publicaciones dedicadas al periodismo cultural en Colombia que en su mayoría pecan por acudir a los lugares comunes, a la consulta de las mismas eminencias y luminarias de siempre, a la perpetuación de los estereotipos acerca del “campo intelectual y artístico colombiano”, y a la desinformación en general. Es en ese sentido que el objetivo, que debería ser el principal, de su labor periodística falla. Falla porque al exponer de manera tan abierta sus sesgos, su pertenencia a unas determinadas agrupaciones, su confianza en sólo cierto tipo de espacios, no difunde los hechos importantes de la cultura sino su propia visión de lo que es o debería ser considerado como cultural en el país.

¿Dónde está entonces el periodismo cultural colombiano cuando sólo son visibles los mismos autores que se ganan los mismos premios?, ¿los mismos artistas que exponen en las mismas galerías?, ¿los mismos filósofos con las mismas respuestas a los mismos problemas igual de alejados de la realidad que siempre? ¿Dónde?

Porque al parecer las cuentas de Twitter de las publicaciones culturales del país sólo trabajan en horario de oficina. Y esto puede ser una lástima porque entonces, el pensamiento de fin de semana debe estar eternamente condenado a la invisibilidad.

Rápidas (muy rápidas) reflexiones sobre el problema de la “utilidad” de la filosofía.

[Este texto es una colaboración de Juan Carlos Arias que se produce -y re-produce- como otras que irán apareciendo, a propósito de la reacción suscitada ante el artículo de Revista Arcadia ¿Dónde están los filósofos? escrito por Rodrigo Restrepo. Queda pues a su deleite]

Para empezar debo aclarar que hace tiempo que no me identifico con la etiqueta de “filósofo”. Y no por creer que ese nombre se ha desprestigiado y que “los que pensamos de verdad” merecemos otros nombres. Todo lo contrario. He conocido muy pocas personas quienes considere que se dedican seriamente al oficio de la filosofía, y yo no soy uno de ellos. Tampoco quiero repetir el cliché de “la filosofía me ha servido como herramienta para pensar otros problemas” pues no creo que la filosofía se pueda objetualizar como un kit de trabajo para aplicarlo a problemas “realmente relevantes”. Si he tenido algún contacto con la filosofía es comprendiéndola como práctica de pensamiento crítico. Y esa práctica de pensamiento no se realiza solamente de manera escrita ni dentro de las aulas de clase. Siempre me ha interesado pensar las imágenes y pensar a través de las imágenes. Salirme de la filosofía como disciplina e introducirme cada vez más en la filosofía como práctica del pensar dispersa en diferentes “medios”.

¿De qué sirve esa práctica de pensamiento? Muchas veces me formulé la misma pregunta hasta que comprendí que era imposible responderla. No porque me interese defender la inutilidad de la filosofía como muchos lo hacen –“la filosofía no sirve para nada y así debe ser”– sino porque considero un error poner el problema del pensamiento en términos de utilidad. El hecho de preguntarnos por la utilidad de la filosofía revela la industrialización del saber que cubre nuestra época en la que todo conocimiento especializado debe orientarse a un fin productivo. Esto es más grave aún cuando la pregunta por la figura pública del filósofo y su compromiso con la realidad se plantea en términos de utilidad. No me interesa discutir sobre “el filósofo”, sino sobre la práctica que está detrás de esta figura que aún no comprendo.

¿Debe la filosofía dar un debate público sobre los temas que le interesan? Sin lugar a dudas. No concibo a la filosofía sino como un ejercicio de pensamiento público. El problema es cuáles son los espacios que se están percibiendo como legítimos, como “útiles” para ese debate. Al parecer se le pide a la filosofía engendrar grandes personajes mediáticos para demostrar, como si se tratara de un experimento científico, su presencia en “el país” –otra categoría que me cuesta entender– y, por lo tanto, mostrar su “utilidad”. Al parecer se exige que la filosofía se parezca cada vez más a los objetos que siempre ha intentado criticar: al mainstream de los medios masivos, a la industrialización del saber. ¿Cómo popularizar a la filosofía cuando ella parece siempre estar en el borde del lenguaje masivo? ¿Se trata de popularizar entonces los “resultados” del pensamiento? ¿Esos resultados que podrán “aportarle” algo al “país”?

“El filósofo”, ese mismo que se trató de defender desesperadamente de los estereotipos publicados en la Revista Arcadia, podría aprender mucho de “el artista”: crearse a sí mismo como figura irónica de la esfera pública y ser “útil” para la realidad nacional. No hay que confundir la pregunta “¿Dónde están los filósofos?” por ¿Dónde está la filosofía?” Los “filósofos” están ahí, visibles en los medios. La filosofía se diluye como práctica entre los medios y las “disciplinas”. Si quieren localizarla empiecen buscando en el arte

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