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Tendrán razón

Por: Alejandro Gamboa (@dalejogamboa)

Tienen razón, las Farc han roto los parámetros de lo horrendo, cada muerte, cada ataque ha dejado la estela de muerte más indescriptible, cada acción parece insuperable en dolor y sevicia. Millones de colombianos en más de cincuenta años han conocido el horror y el sufrimiento a manos de las Farc.

Y entonces, ahora que le damos la razón a todos quienes se retuercen solo de escuchar la palabra guerrilla y palidecen de odio, ¿Qué hacemos? Separamos a los miembros de ese grupo armado y los ponemos en una cámara de gas, o cambiamos la Constitución y permitimos la pena de muerte y anulamos los derechos humanos de todos ellos y permitimos la tortura para vengar el dolor.

Nada, absolutamente nada, justifica el desasosiego que ha pasado la sociedad colombiana en medio de este conflicto atroz, ni calificar la muerte de un niño o la muerte de un militar a manos de las Farc podrá hacer menos espantoso el acto y más llevadero el dolor de sus dolientes. Es la descripción de la impotencia.

Lo cierto es que nos hace falta entender las condiciones históricas de este conflicto y ser honestos, porque así como nada justifica los crímenes horrendos de los nazis en la segunda guerra mundial, nada podía impedir que los países aliados se lanzaran a la batalla y otros cientos de soldados dieran su vida para parar ese dolor y luego, nada podía impedir que quienes sostuvieron ese régimen desde la labor más cotidiana, hasta el liderazgo más destacado, sintieran el juicio colectivo de los espantosos actos que ayudaron a edificar. Nadie puede sostener con justicia que la masacre judía era razonable. Como en Suráfrica o EEUU nadie puede decir que la segregación racial era un régimen admirable.

Qué pasa entonces con quienes nos abocan al odio infinito a las Farc solo porque tienen razón en la dimensión de las vergüenzas y la honda gravedad de los actos de muerte y terror cometidos, para quienes la única solución es continuar la guerra hasta el exterminio. Porque así como tienen el tino de señalar y difundir el repudio, se equivocan en la salida.

Y es que, el poder de daño de las Farc ya no es proporcional a su poder discursivo, se ha desgastado, la lucha por el pueblo se pierde en todo el dolor causado al mismo, casas arrasadas, familias a la deriva que abandonan sus tierras para arrojarse a la incertidumbre. Dolor y rabia.

Pero no se puede desconocer que entraron a esa espiral por la causa del dolor causado por el abandono estatal, que miles de muertes en los campos demostraban que esta república más parecía un feudo sin control. Que pocos mantenían la explotación de muchos hundiéndolos en la pobreza, sin ninguna esperanza.

Por ese camino llegaron las Farc a ser lo que son. Sus banderas políticas no los han dejado salir de ahí y los han convertido en los carniceros sangrientos, pero negar que nacieron de la inequidad y la injusticia es ilógico, entender que esa guerra no se hacía con palos y piedras implica entender que el narcotráfico era una forma de sostener la lucha y no un objetivo en sí, implica darle dimensión y pactar como sociedad un parámetro razonable para que ellos salgan de esa espiral de muerte con la oportunidad de hablar sin ser masacrados por pensar distinto, como María Cano o Gaitán, Galán y cientos de la UP.

No es negociar con el dolor, no es pactar que ciertos crímenes eran o no válidos, es decir que el horror se detenga, que todo eso horroroso pare, se aclare cómo se ha venido aclarando con el trabajo del Centro de Memoria Histórica y podamos hacer un corte como sociedad para parar de odiarnos y que nos permita continuar como pudo continuar a Alemania después de la segunda guerra y Suráfrica después del apartheid.

El reto de tener la razón en el horror de las Farc es encontrar soluciones realistas y esperanzadoras, la venganza y el odio recurrente solo profundizan el problema, nos invitan a la guerra constante a continuar en la espiral de la muerte.

 

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