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Resentimiento social y reconciliación nacional

Por: Alejandro Cortés (@alejandrocorts1)

Hace poco, la escena de una película en la que un hombre rico busca insultar a un hombre pobre llamándole «resentido», me hizo pensar en el uso despectivo que se le da a este término en Colombia. Justamente la semana pasada, en su columna de El EspectadorMauricio Rubio se preguntó por el papel que el resentimiento social jugaba en el conflicto colombiano. El columnista concluyó que sería una ingenuidad creer que el resentimiento de clase ha tenido un rol menor en nuestra guerra. Esta intuición, que comparto, se refleja en el hecho de que el resentimiento social es algo visible en los discursos, no solo de guerrilleros, sino también de paramilitares y narcotraficantes.

Pero más allá de la pregunta por el papel del resentimiento en la guerra, creo que este sentimiento moral tiene una profunda influencia en nuestra sociedad que merece ser discutida, si realmente estamos pensando en un proyecto de reconciliación nacional. Para que este debate pueda tener lugar, lo primero que debemos hacer quienes gozamos de una situación social privilegiada es reconocer que el resentimiento social tiene buenos motivos para existir, algo que no siempre es aceptado.

En efecto, con frecuencia oigo a conocidos aseverar que el resentimiento que personas en situaciones menos privilegiadas a veces muestran hacia ellos es un sentimiento injustificado. Quienes sostienen esto no son personas insensibles, despreocupadas de la situación en la que se encuentran aquellos que son menos privilegiados que ellos mismos. Por el contrario, a muchos les duele ver la pobreza en la que se encuentran sus conciudadanos, e incluso algunos buscan ayudar a los más necesitados, movidos por un sentimiento de solidaridad. Lo que les molesta respecto del resentimiento del que son objeto es que, en su criterio, no son merecedores del mismo. Esto por un motivo básico: consideran que no son culpables de la situación desventajosa en la que se encuentran quienes son menos privilegiados, puesto que no son los causantes de la posición social de los más pobres.

En mi opinión, el problema con la anterior perspectiva es que se basa en una compresión muy estrecha del concepto de resentimiento. En efecto, para esta concepción, una persona solo puede sentir resentimiento contra alguien que le haya infringido de manera directa un grave daño moral. Así, yo solo podría resentir de aquel que haya atentado activamente contra mi dignidad humana.

Pero si ampliamos nuestra compresión del concepto de resentimiento, veremos que lo anterior no es del todo cierto. Retomo los planteamientos expuestos por Katie Stockdale en su artículo Collective Resentment (2013)en el que la autora explica que la concepción de resentimiento recién expuesta es acertada, pero obedece a un tipo de sentimiento que puede experimentar únicamente la persona que es víctima de una agresión moralmente denigrante: el resentimiento individual.

Sin embargo, existe otro tipo de resentimiento que debemos tener en cuenta: el resentimiento colectivo. Según Stockdale, el resentimiento (en general) puede entenderse como un sentimiento de rabia, dirigido hacia una persona o situación, que surge ante una realidad que es percibida como injusta. La diferencia con otros sentimientos similares, como la indignación ante una injusticia, es que la persona que experimenta el resentimiento siente que ella misma es afectada por la situación de injusticia. De acuerdo a esto, el resentimiento individual solo lo podemos experimentar cuando alguien nos causa directamente un daño.

Pero el resentimiento colectivo es diferente. Para sentirlo, no es necesario que alguien venga y nos infrinja un perjuicio de manera directa. Es posible sentir resentimiento colectivo cuando se hace parte de un grupo que está en una situación injusta, en la que no merece encontrarse. Y un grupo excluido dentro de una sociedad, probablemente percibirá que es injusto, que mientras todos los miembros del cuerpo social están obligados a seguir una serie de reglas de juego para que se desarrolle la vida en sociedad,  éste (el grupo excluido) obtiene muy pocos beneficios de la cooperación social, mientras que los otros grupos sociales son acreedores de muchas más ventajas sociales.

En Colombia estamos frente a una situación de este tipo, pues existen sectores que, aunque se ven obligados a cooperar en la vida en sociedad, obtienen muy pocos beneficios de ello. Incluso puede sostenerse que en nuestro país la cosa es más grave, pues quienes se encuentran en mejor posición social logran evadir las reglas de cooperación social –cuando por ejemplo usan el dinero o la influencia política para evitar cumplir sus deberes sociales– por lo que los excluidos asumen todas las cargas de la cooperación social, pero no gozan de los beneficios que ésta genera.

Por lo anterior, los miembros privilegiados de esta sociedad debemos aceptar que hay motivos razonables para que otros sientan resentimiento en contra nuestra, ya que somos partícipes de un sistema que permite la existencia y reproducción de graves injusticias y desigualdades sociales, que juegan en nuestro propio beneficio y en perjuicio de los demás. Solo cuando aceptemos esta realidad podremos abrirle la puerta a un proyecto de reconciliación social nacional.

 

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