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Relato breve de una visita a Santa Rita de Ituango

Por: Sarita Palacio (@saritapalacio)

El dolor llegó a Santa Rita a manos del capitán Manotas mientras transcurría la Guerra de los Mil días. La guerra entre liberales y conservadores tiñó de sangre los caminos de este corregimiento. Para desgracia de sus habitantes esta no sería la única vez que verían correr hilos rojos al lado de sus pasos.

¿Santa Rita? ¿De qué estamos hablando? El corregimiento de Santa Rita pertenece a Ituango, localizado en la zona norte de Antioquia. Está ubicado justo a la margen derecha de la cordillera occidental. Su paisaje es ante todo, una alegoría a las montañas antioqueñas, a la selva colombiana, a la espesura de Latinoamérica.

Otro dato para tener en cuenta y que no está de más apuntar por ahí: con el tiempo borramos su apellido y pusimos en su lugar el nombre del municipio al que pertenece. Santa Rita es Santa Rita de Sinitavé, perteneciente al municipio de Ituango.

Después de ese primer derramamiento de sangre a manos de Manotas, la violencia no ha sido esporádica en este corregimiento. Durante años el bloque 18 de las Farc ha hecho presencia en este territorio. Basta tomarse el tiempo para salir desde Ituango en carro hasta Santa Rita para enamorarse del paisaje, pero también percatarse de los letreros que en las fachadas de varias casas proclaman la vida de un jefe guerrillero dado de baja hace algunos años.

Pero eso es apenas una condición más del paisaje. Es necesario levantar la mano para saludar a las pocas personas que trae el camino para descubrir que el miedo aún es un habitante más de cada casa, de cada paso, de cada habitación, de cada momento.

He recorrido no pocos municipios de Antioquia y eso me basta para poder comparar los rostros, las manifestaciones de afecto y las de miedo. La euforia no es propia de estos caminos, y eso no quiere decir que la amabilidad se hubiese escapado. El miedo no excluye la bondad de los habitantes. Los rostros bajos, las miradas tímidas, los saludos silenciosos son rastros de la violencia que por allí un día pasó y que enseñó a no hablar, no mirar, no opinar, no decir, en otras palabras: no existir.

Está claro que en nuestro país en algún momento fue pecado haber nacido. Pecado mortal crecer y pensar y un sacrilegio opinar.

Tres horas de camino a buen ritmo, a bordo de un carro que debe ser lo bastante fuerte para lidiar con trochas difíciles, separan a Santa Rita del casco urbano de Ituango.

Usted sale de Ituango y lo despiden trincheras en el parque principal, medias luces en la noche, lo despide una base militar en la mitad de una población. Y llega a Santa Rita y el panorama no es diferente, una base militar al lado de una sede de la misión médica, soledad en las calles, silencios prologados y miradas bajas.

¡Es hora de despedir al miedo! ¡No es justo con Ituango, con Santa Rita! ¡No es justo con las miradas, los corazones, con los niños y los viejos! No es justo que los que nacen tengan que heredar el miedo, y no es justo que los viejos, que tanto lo han sufrido tengan que morir con él.

El camino para pasar tantas páginas de dolor es largo y difícil. Si fuera fácil otros ya lo habrían caminado. Si fuera fácil tal vez yo no estaría escribiendo esta historia. Pero, la peor diligencia es la que no se hace, el fracaso sólo está asegurado si no se intenta.

La semana pasada estuve en Ituango y dormí en Santa Rita. Fui testigo de cada hecho relatado en los párrafos anteriores, pero también soy testigo de que hay un brote de esperanza en cada palabra tímida.

No fueron pocos los “esto parece que está empezando a cambiar”, incluso escuché de la voz de un profesor “tenemos la tarea de dejar de llorar y empezar a demostrar que somos más de lo que la historia ha contado de nosotros”. Cuando uno escucha este par de frases, repetidas en varias versiones, desde varias voces, y en diferentes momentos descubre que la cosa va por buen camino.

Pasar del miedo a la esperanza es complejo, pero se puede. Eso me lo demostraron una vez más las personas con las que hablé, los rostros a los que pude mirar a los ojos, los días que viví en esta región.

Visté dos familias a las que el Plan Integral Hidroeléctrica Ituango les está mejorando su vivienda. Ambas casas deterioradas por su mala construcción, por el tiempo, por el olvido. La dignidad tocó a su puerta de cuenta de la inversión de recursos adicionales y entonces uno ve cómo de la mano del desarrollo también llega la esperanza.

Tres cultivadores: de caña, frijol y café me contaron cómo están recibiendo asesoría técnica para mejorar sus cultivos. Dejaron claro también que hay muchos retos en material vial, de mejoramiento de aguas, de comercio. Sin embargo sus discursos no se encargaron de ver las dificultades. Los tres coincidieron en que se están educando para transformarse y para transformar las vidas de quienes trabajan con ellos. Si a usted en Santa Rita de Ituango le responden que educándose están cambiando su vida, no hay que hacer grandes análisis para descubrir que la vida está empezando a cambiar.

Al ir a la Institución Educativa del corregimiento, maestras y maestros narran cómo decidieron superar su nivel de normalistas y graduarse de licenciados para poder ofrecer mejores condiciones y conocimientos a sus estudiantes, para que a su vez se les abran las puertas de las oportunidades. En resumen: maestras y maestros decidieron formarse más y mejor para cambiar su historia. Decidieron escribir una nueva página desde la educación. ¡No me digan que no estamos escribiendo otra historia!

Y entonces uno baja al municipio y se encuentra con una mujer maravillosa como Isabel Palacio. Esta vez no me la encontré allí pero su espíritu se mantiene, vive en el Valle de Aburrá pero cada esquina, cada persona la nombra. Hablo de la mujer de cabello rojo, la mujer que habla con notas musicales, hablo de la mujer talento, hablo de esa mujer que un día, en el marco del lanzamiento del Plan Integral le dijo a Sergio Fajardo que ella iba a bombardear a Ituango… sí, que lo iba a bombardear de Arte. ¡No me digan que Ituango no está cambiando cuando hay mujeres que se oponen a la guerra, mujeres valientes, mujeres de arte!

Y no solo Isabel. Uno se encuentra con Esteban Úsuga un joven que quiere comerse el mundo. Que ama con alma vida y corazón a su municipio. Que dice en tono alto y altivo que pertenece a esta tierra del norte. Entonces uno se encuentra a un joven como Esteban que quiere cambiar el mundo y se está formando para lograrlo. Uno encuentra un joven como él que va a cambiar el mundo desde el norte de Antioquia.

Estuve una semana en el norte de Antioquia. No soy ajena a su historia de violencia. No puedo desconocer las lágrimas que salieron corriendo por sus ríos. ¡Imposible ignorar los hilos de sangre que tanto corrieron! Pero más descarada sería, más injusta con la historia, no reconocer que está cambiando. Sería descabellado no decir que en ituango y en el norte con educación estamos pasando la página de la violencia. Y con jóvenes como Isabel y Esteban estamos cambiando la historia. Lo que una vez escribió Manotas con sangre, los jóvenes hoy lo borran y escriben nuevas páginas bombardeadas de arte, educación e innovación.

 

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