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Por donde empiezan las campañas

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A principios de 1959, John F. Kennedy y su esposa viajaron a Portland en Oregón para reunirse con una senadora demócrata de la ciudad y un grupo de simpatizantes en las primeras semanas de la campaña para las primarias demócratas que escogerían al candidato de ese partido para las elecciones presidenciales de 1960. La foto de la llegada de los Kennedy al aeropuerto de Portland la tomó Jacques Lowe, un joven fotógrafo que pronto se convertiría en el retratador oficial de la familia, y que en este caso dejó testimonio de los primeros días de una campaña que, como casi todas, empezaba con languidez.

En efecto, en la foto vemos una pista vacía en donde John y Jaqueline Kennedy saludan a la senadora Edith Green y a tres simpatizantes que fueron a recibirlos al aeropuerto. El futuro presidente sonríe mientras saluda a dos de los hombres del “público”, con más decencia que satisfacción, mientras su esposa conversa distraídamente con la senadora y el tercer asistente. Pero para sorpresa de Lowe, que algunos años después le mostraría la fotografía a Kennedy, ya presidente, el comentario de John sería: «Es una de mis fotos preferidas de la campaña porque muestra uno de los momentos más importantes y que nadie recordará: el inicio». Así, poco glamuroso, escuálido, casi patético empezaba una de las campañas más icónicas del siglo veinte.

Y es que las campañas políticas deben empezar de algún lado y desde abajo parece ser el lugar más conveniente para los que pretenden subir. Por eso resultan algo desconcertante los comentarios de políticos, asesores, militantes y entusiastas respecto a la inevitabilidad de las tendencias, la sabiduría de las encuestas y las predicciones de los expertos respecto a la campaña para la Gobernación de Antioquia y las alcaldías de sus municipios.

Porque incluso el más multimillonario de los asesores políticos –que los hay en campañas “tan parroquiales” como las nuestras- debería cuidarse de sacar conclusiones tempranas de lo que apenas si son pistas sobre qué tan desubicados están la mayoría de los ciudadanos cuando los “obligan” a tomar una decisión durante una encuesta telefónica.

Por eso, en este punto de todo este despelote al que llamamos elecciones, el candidato que se sienta derrotado es un pesimista, pero el que crea asegurada su victoria es un necio. Ambas características resultan terriblemente perjudiciales para gobernar; nuestra ciudad necesita de una persona que sepa mantenerse en la crisis y que surja cuando el azar se le venga encima.

Parafraseando a Kennedy, mientras veía la patética foto de su visita a Portland en el 59, este apenas es el inicio. Y que a nadie se le olvide.

 

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