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Pájaros y dictadores

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En referencia a la ganadora del premio de la academia a mejor película, esta semana circuló un meme que mostraba a Maduro con un pajarito en su hombro y un letrero que decía “Birdman”. Más allá del chiste obvio por aquello del presidente que habla con pajaritos, ¿será posible alguna relación entre los dos personajes?

Sugiere Iñárritu que la ignorancia es una virtud. En el espejo del camerino de Riggan Thomson, en la película, hay un letrerito que dice “Una cosa es una cosa, no lo que se dice sobre esa cosa”. En ocasiones ignorar, en el sentido de no conocer y no saber, es bastante sano. ¿Qué tanto ignora Nicolás?

No me refiero a la capacidad de utilizar correctamente el pronombre de la tercera persona: eso ya nos quedó claro con liceas y millonas. Me refiero a si ignora realmente que sus acciones, supuestamente inspiradas en el espíritu del libertador, desbaratan cualquier idea de democracia como lo deja claro los casos López, Ledezma y la muerte de un menor de 14 años en una manifestación esta semana. ¿Ignorará también que una parte del público que lo ovaciona lo hace porque está pagado con subsidios y el resto lo aplaude por miedo? ¿Reconocerá que no es posible vivir a la sombra política de un éxito ajeno y que no se puede culpar a paramilitares colombianos de toda desgracia?

Pero más importante aún es el silencio de nuestra izquierda. No se gritaron apasionados discursos sobre lo sagrado de la democracia. No hubo cátedras por el derecho a la oposición y la obligación de denunciar la persecución ilegal y la violencia como instrumento privilegiado del fascismo. Fuera de Claudia López, que sigue demostrando coherencia en su oposición a todo acto ilegal así sea de izquierda o de derecha, no ví a nuestros senadores abanderados por los derechos humanos emitir ninguna protesta. No escucho a ningún colectivo de abogados ni ONG de víctimas de crímenes de Estado pronunciarse con la vehemencia a la que nos tenían acostumbrados. Pareciera entonces que los derechos humanos son relativos y no constantes, lo que los convierte, no en derechos sino en privilegios, y de paso, en poco humanos.

Y el vecindario, al igual que los personajes de la película, relegados y miedosos frente a la irracionalidad del hombre pájaro que dirige el drama en el teatro latinoamericano. Cristina, Rafael, Dilma, UNASUR y la señora del turbante, ¿porque nos han abandonado? ¿Cuándo el silencio, la diplomacia y el respeto por la independencia de los asuntos internos de otro Estado se convierten en complicidad?

Decía Chesterton que “No puedes hacer una revolución para tener la democracia. Debes tener la democracia para hacer una revolución”. Pero en el caso del vecino país, parece que plutocracia remplazó a democracia; inquisición remplazó a revolución. Solo espero que por el bien de Venezuela el monarca salga volando por la ventana, como Riggan en la película, y permita el establecimiento de un Estado basado en el consentimiento y no uno fundamentado en el uso de una fuerza paranoica. Eso sí, espero que antes devuelva los ciudadanos que mantiene en los calabozos de su totalitarismo.

 

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