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Los límites del poder de la «mermelada»

Por: SANTIAGO SILVA JARAMILLO (@santiagosilvaj)

Muchos resultados interesantes nos trajo la primera vuelta de nuestras elecciones presidenciales. Primero, el abstencionismo, el 61% de los colombianos que podían votar no lo hicieron, un nivel de abstención que no veía el país desde las complicadas elecciones de 1994 entre Samper y Pastrana. El segundo, el voto en blanco, que logró un 6% del total de votos, casi cinco veces lo que sacó en 2010 y el porcentaje más alto desde que existe esta alternativa de sufragio en Colombia. Tercero, en Piedras, Tolima, ganó el voto en blanco con 54% de los sufragios. Finalmente, que la famosa “mermelada” no funciona tan bien en presidenciales como en parlamentarias.

Esto no es nada nuevo, las elecciones en Colombia siempre han tenido esa claridad. Es decir, que para el congreso, los líderes políticos locales movilizan e invierten sus recursos y capital político en llevar a sus clientelas a las urnas, pero que en las presidenciales, la mayoría de los votos (sobre todo los que terminan decidiendo) son de “opinión”.

Sin embargo, resulta curioso –por decir lo menos- la baja participación de algunas regiones y municipios reconocidos por su papel estelar en las elecciones parlamentarias y las recurrentes sospechas y denuncias de compra y trasteo de votos.

En efecto, la mayoría de los departamento de la costa atlántica –por ejemplo- tuvieron una participación magra, incluso si se compara con la reducida movilización sufragista del resto del país. En Córdoba, la abstención fue del 64%, en Sucre el 61,3%, en Bolívar el 73,3%, en Atlántico el 75,8%, en Magdalena el 68,5%, en La Guajira 76,5%, y en Cesar el 64,5%. En Colombia, el promedio de abstención fue del 60%.

En Sahagun, Córdoba, cuna de Musa Besaile y el “Ñoño” Elías, votó el 40% del censo, mientras en las pasadas parlamentarias lo hizo más del 60% de los votantes inscritos. En Montelíbano, otro municipio cordobés con serios problemas de corrupción electoral, la participación pasó del 48% en las parlamentarias al 34%. En Cienaga de Oro, también bajo la zona de influencia de Besaile y Elías, la participación se redujo del 61% en elecciones al congreso al 34% en presidenciales. En Soledad, Atlántico, epitome del clientelismo de la Costa Caribe, el domingo 25 de mayo solo votó el 21% de los votantes inscritos, una reducción significativa del 52% que participó en las elecciones al congreso de la República.

Ahora bien, ¿por qué no se movieron las “maquinarias”? ¿Cómo se explica el adormilamiento de las redes clientelares colombianas?

En primer lugar, los incentivos directos para los líderes locales no existen en las presidenciales. Es decir, poder “repartir” recursos con las redes se vuelve sustancialmente más difícil cuando no hay una cabeza clara y alcanzable de la transacción “voto=recurso”. De igual forma, elegir un congresista (con 50, 100 o 200 mil votos) resulta más sencillo que sumar votos para la elección de un presidente que necesita millones. Simplemente, la enorme demanda vuelve demasiado barato los votos ofrecidos.

Ahora bien, también se han rumorado algunas razones de contexto. Por un lado, parece que los alcaldes –que son quienes al final mueven los votos en los municipios- no quisieron negociar la poca plata que quedaba para repartir. Y por el otro, los líderes clientelistas del país podrían estar esperando a la segunda vuelta, en donde la necesidad por votos que decidan la contienda vuelva más costosos los votos que tienen para ofrecer.

Este último escenario da cuenta de una preocupante realidad para las próximas semanas: cada votico comprado acaba de subir bastante de precio…

 

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