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La ingenuidad del voto en blanco

Por: LAURA GALLEGO (@lauragallegom)

Hace un par de semanas, un medio de comunicación importante en la generación de opinión abierta, publicó en uno de sus espacios una serie de “comentarios” bastante cáusticos sobre por qué es inútil pensar que el voto en blanco pueda constituirse en una tercería importante en la hoy absurda disputa entre Santos vs Uribe, o lo que es peor,  Zuluaga.

Entre los argumentos que se afana el artículo por recrear para subrayar la ingenuidad del lector que alguna vez ha considerado optar por manifestar su desacuerdo en las urnas, se destacan el ya conocido “no hay otras opciones” diferentes a quienes de por vida han controlado la maquinaria, luego entonces ni se esfuercen por suponer que habrá segundas listas menos mediocres, más altruistas o más transparentes a la vista, es decir, todas las segundas opciones están apadrinadas; el llamado de atención sobre cómo el voto en blanco, más que ser un instrumento de rechazo, es un instrumento de conservación carente de garantías jurídicas: y, el más destacable y contundente de los apuntes del artículo, la entonces opción más práctica, la de conformarse con los candidatos del panorama, esto es, entre lo menos malo del abanico electoral usted podrá encontrar elementos interesantes, ¡Anímese señor lector!

Por supuesto mi lectura esta parcializada, mi interés por la democracia y mi defensa por las instituciones me obliga a ser optimista frente al voto en blanco. No obstante, no hay que ser fanático de la política para entender que la apelación al ridículo no es suficiente para descartar el valor simbólico que tiene para Colombia, una sociedad tradicionalmente apática frente al papel de la democracia, inmersa en discusiones netamente polarizadas, personalistas y carentes de argumentos políticos, un instrumento de reflexión, rechazo y lección democrática para el país como lo es el voto en blanco.

No se trata de votar por cualquiera porque no hay más opciones o porque son los de siempre, tampoco marginarse de la actividad democráticamás elemental. Se trata de pensar en el voto en blanco más allá de la simple declaración de inconformidad con los representantes opcionados. ¿Cuál es el sentido del voto en blanco?

Por supuesto una dinámica ciudadana de esta naturaleza no garantiza necesariamente nuevos espacios de renovación política, pero se constituye en un claro rechazo ciudadano a la manera en que se materializa la política, se representa lo público y  se tranzan las relaciones ciudadanos – gobernantes, basadas tradicionalmente en favores y patronazgos políticos. Es, por supuesto, una sacudida significativa para el liderazgo político de este país, un espaldarazo para quienes se sienten excluidos de las decisiones que se toman en la centralidad del poder, un motivo de esperanza para creer que el ciudadano común entiende los vicios y vacíos de la política; puede organizarse y puede opinar a través de las urnas, esto es, una sociedad civil con voz, que exige respuestas.

¿Muy ingenua creer que vale más un acto testimonial o simbólico que un voto de carne y hueso? Tal vez. Pero es una forma particular de entender y creer en la política, resistirme a la mediocridad y ser coherente con el instrumento, aquel en virtud del cual una sociedad compuesta por hombres libres, resuelve los problemas que le plantea su convivencia colectiva para alcanzar su libertad.

 

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