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Coger a alias Otoniel

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La gigantesca operación que lleva meses en persecución del máximo jefe de la banda criminal del “clan Úsuga” se enfrenta a un obstáculo más complejo de sortear que la voluntad política, los hombres armados e incluso el ingenio de los bandidos: la legitimidad estatal en el nivel subnacional. En efecto, desde enero de este año unos dos mil hombres de la Policía y el Ejército, apoyados por varios helicópteros Blackhawk artillados y de transporte adelantan la operación “Agamenón” en municipios del Urabá antioqueño y chocoano, que busca capturar a Dairo Úsuga David, alias “Otoniel”.

El despliegue ha implicado docenas de capturas de hombres de la banda criminal en la zona, incautaciones de armas, droga y dinero, y por supuesto una persecución sistemática del jefe de la banda, que por poco ha escapado ya un par de veces de caer en manos de las autoridades. En efecto, alias “Otoniel” ha organizado alrededor suyo un intrincado dispositivo de seguridad, basado en los anillos de seguridad y sus lazos (de lealtad, dinero o amenaza) con las comunidades de los lugares donde se esconde, para escapar de la presión del operativo.

Y en ese apoyo local puede explicarse, al menos en parte, que el jefe narcotraficante siga evadiendo al Estado y su justicia. De hecho, la utilización de sus “raíces” en la región y los apoyos que ha cosechado a punta de sobornos y amenazas, son señalados por los mismos policías y miliares como una de las dificultades para coger a “Otoniel”.

Esta situación plantea entonces dos importantes presentimientos. El primero, respecto a la tarea inconclusa de construcción de legitimidad del Estado en la periferia, donde las lealtades familiares y comunitarias, incluso cuando son ilegales, pueden más que la provisión de justicia. El segundo es sobre el esfuerzo y los réditos de la misma operación “Agamenón” y sus perspectivas de éxito. En efecto, aunque la Policía y el Ejército han sido insistentes en que la presión se mantendrá hasta que caiga “Otoniel” ¿a quién lo reemplace le montarán una operación similar una vez herede el poder dentro del “clan Úsuga”? ¿Por cuánto tiempo puede el Estado mantener operaciones como esta?

Porque las dificultades que están teniendo las autoridades en Urabá para capturar al jefe de la banda criminal más poderosa del país son muestra de los obstáculos por venir en la lucha contra la ilegalidad en el país, más que de una coyuntura particular. Por un lado, de la herencia dejada por décadas de abandono estatal en la periferia colombiana, donde las reglas de juego han sido impuestas por guerrillas, paras o bandas criminales, y donde el poder económico del narcotráfico es tan abrumador que ni la más jugosa de las recompensas del Estado le compite. Pero también sobre la frustrante futilidad de luchar contra la Hidra de mil cabezas que es el crimen organizado nacional, su capacidad de evadir el control estatal y la justica, pero, sobre todo, de regenerarse cada que se le corta una de sus cabezas.

Eventualmente caerá “Otoniel” –la vida de un criminal es su historia de ascenso y caída-, pero con las esposas puestas y rodeado de policías en chaquetas verde fosforescente, solo será el pasado de un futuro nacional que todavía pinta gris, muy gris.

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