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Cartografía de la esperanza

Por: Juan Camilo Salazar Martínez

Un territorio sin actores violentos, pero colmado de pobres y de víctimas, exigirá pensar cómo acercar con calidad oportunidades que permitan encajar en un modelo de desarrollo nacional a las familias rurales, las comunidades indígenas y afrodescendientes, el pequeño productor, las dinámicas veredales, las centralidades corregimentales y municipales, todo en medio de la persistente y “molesta” ruralidad, zonas boscosas y de páramos, desiertos, ríos y mares.

El Estado se verá obligado a pensarse en esos territorios donde nunca ha llegado. Pero deberá atender de manera oportuna a las víctimas; su dolor, desesperanza e indignación no da espera, quién más que ellas serán los verdaderos bastiones de la paz. Ellas mismas, en otros momentos, han tomado partido y configurado nuevos conflictos al no haber sido reconocidas, dignificadas en el perdón y la verdad, reparadas. Perdieron sus seres más queridos y todo fue indiferencia frente a su dolor.

No podemos estar dispuestos entonces a asumir el riesgo de la indiferencia, sería tierra fértil para brotes de inconformidad. Si bien hay mucho por hacer, se deberá partir por las víctimas, pero han sido tantas, que nos hemos visto en la obligación de comenzar con aquellas que padecen el recuerdo de las historias más aberrantes.

Se han producido tantas víctimas en este país, que en la tarea de su atención y reparación se ha debido priorizar e iniciar por las historias y hechos más dolorosos, comunidades en las que la memoria colectiva es la del miedo y el abandono, no la de las capacidades y oportunidades.

Creerse el rincón más apartado de la nación es otro de los factores más comunes en estos lugares, allí se llega con el propósito de reparar aquellos que por primera vez ven los ojos del Estado Social. Los recorridos revelan un realismo mágico que palpita aquí y allá; camino a Pueblo Bello debemos ascender al Alto de Mulatos. Allí cientos de niños se atiborran al margen de lo más alto y sostienen su vista sobre pequeñas montañas para contemplar al final, esa promesa que es el mar de Urabá, un mar del que no han probado su sal y en el que no han jugado con sus olas.

Luego, al descender del Alto y pisar tierra firme en Pueblo Bello, nos encontramos con un hombre de 94 años, de espalda rígida como la de un niño de tres, hijo de viador, criado entre pistas improvisadas y avionetas, recuerda lo privilegiado que fue al conocer la inmensidad de las bananeras, la imponencia del Atrato y la grandeza del litoral. Pero don Saturnino, no solo fue testigo de la riqueza del Urabá, también recuerda aquella noche en que llegaron los paramilitares  y cobraron 43 cabezas de ganados usurpadas por las FARC, con la vida de 43 campesinos libres, padres, hijos, tíos, sobrinos y primos de Pueblo Bello. Historias como estas, donde el horror se hizo presente, nos han llevado a conocer parajes inverosímiles.

Mandé, es otra historia por contar, comunidad afrodescendiente que se estableció a orillas del rio Penderisco a dos días de camino en mula desde el casco urbano de Urrao, su origen se establece desde tiempos del colonialismo y la esclavitud de la cual estaban huyendo, pero también podríamos hablar de Puerto Venus, una estrella anclada a orillas de un río verde como las esmeraldas llamado Samaná, La Granja, Puerto López, La Balsita, El Aro, Fraguas, La Encarnación… en total son 30 los sujetos de reparación colectiva que hoy tiene Antioquia.

Entiéndase entonces por sujeto de reparación: aquellas comunidades y territorios que, como consecuencia del abandono del Estado, vivieron las expresiones más dolorosas del conflicto. Hoy, los sueños y el entusiasmo que se fecundaron en estas comunidades en el ejercicio y goce de su libertad, pero también del abandono, aparecen como fantasmas ante nuestros ojos como aquello que allí vivió y vibró en cada familia, cultivo, trapiche y río,  pero que hoy no es igual.

Expedicionarios 204 años después de fundada esta nación, es pertinente interrogar el alcance de nuestra soberanía. Esto sugeriría que la tarea independista, fundó una nación que trajo libertad e igualdad, pero al mismo tiempo ratificó el abandono y la indiferencia que los colonialistas sostuvieron frente al desarrollo y prosperidad de comunidades y territorios que no incidían en sus planes de enriquecimiento, y como consecuencia de este fenómeno libertario siguieron a la suerte cientos de comunidades y territorios.

Gobernantes no lograron estar a la altura de lo que presuponía el modelo estatal, más precisamente sobre las garantías que a cada integrante del primer poder constituyente debían proveer. Políticos como hombres ordinarios, meros pretenciosos que osan el ejercicio del poder estatal inconscientes de sus implicaciones, por décadas han gobernado sobre lo desconocido. O quizás, su parcialidad ha estado ligada también a ese mismo afán colonialista de enriquecerse sin consideraciones y mucho menos con un proyecto social en mente.

Es evidente el acompañamiento parcial que se ejerce sobre la extensión total del país; un lugar en el que todo aquello por fuera de los ojos del Estado, fenece al ser ignorado. Hoy, lastimosamente, esos cientos de comunidades y territorios se han hecho visibles por el horror perpetrado, y gracias a la Política pública de reparación a víctimas y restitución de tierras.

De ahí la importancia de identificar y priorizar sujetos de reparación colectiva, tarea que se viene adelantando desde el año 2012, una obligación de la política pública de víctimas pero al mismo tiempo un compromiso con el principio de soberanía. Los vejámenes del conflicto han sido directamente proporcionales al abandono del Estado, y por lo tanto la relevancia que estas comunidades pueden cobrar al ser sujetos de reparación; Departamentos y Municipios deberán focalizar parte de su inversión en la dotación y servicios de estos territorios; cambiar improvisadas garruchas por puentes, afirmados por asfalto, albergues por casas, escuelitas por colegios, velas por focos, canecas por agua potable y curanderos por servicios de salud. Y al mismo tiempo deberá articular las oportunidades del orden nacional; Indemnizaciones Transformadoras, Familias en sus Tierras, Más Familias en Acción, Red Unidos, Oportunidades Rurales, Capitalización Microempresarial, 100.000 Viviendas Gratis, entre otras, dando cumplimiento a los principios de concurrencia, complementariedad y subsidiariedad de los que trata el Decreto 4800 de 2011, a través de los cuales solo es posible la Reparación Integral.

En la actualidad, los diálogos de la Habana entraron en su fase final, se han aprobado tres puntos de cinco en 23 meses. Esta mesa se ha desarrollado entre la diáspora política tradicional y sus influencias entre los pesos y contrapesos del poder: congreso, fiscalía, procuraduría y altas cortes. Entre atentados y brotes de disidencia en la estructura militar guerrillera y desconcertantes declaraciones de integrantes del secretario. Por estas y muchas otras razones e intereses que se juegan en una sola mano, como en el poker, las probabilidades de éxito de esta mesa son 50/50. Sin embargo, el Estado tiene una carta avanzada con la asistencia, atención y reparación a las víctimas que desde el 2012 se está dando en todo el país, confiado en que en cualquier momento estará frente a otra mano, la del postconflicto, donde más vale estar preparado para hacernos sentir, ¡a todos!, parte importante de una sola Nación.

 

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