Las sociedades de finales del siglo XIX ya estaban interesadas en la fabricación de plantas potabilizadoras. Pero el gran impulso llegó a mediados del siglo pasado, cuando se intensificaron las preocupaciones respecto a la creciente contaminación del agua.
Las plantas de tratamiento de residuos emplean un conjunto de técnicas y tecnologías de depuración, desinfección y descontaminación del agua, con el fin de potabilizarla y hacerla llegar a nuestros hogares. El arte de transformar un líquido grisáceo y mugriento en agua limpia y apta para el consumo humano, incluye procesos químicos, físicos y biológicos, instalaciones espaciosas, costosas estructuras y cantidad de operarios que velen por la continuidad de empresas que nunca se detienen.
Los métodos de purificación varían dependiendo de los contaminantes, la cantidad y el destino final que pretendamos darle. Las aguas a tratar son aquellas que provienen de nuestras casas o de tareas agrícolas e industriales; así pues, se emplea una multiplicidad de tratamientos: ósmosis, oxidación química y biológica, neutralización, reducción y filtración.
Los pasos de la potabilización convencional involucran una primera estación conocida como captación, que es donde extraemos el agua de fuentes superficiales y subterráneas, transportándola por medio de electrobombas a través de las tuberías, hasta llegar a las plantas de producción y procesamiento de agua potable. Allí comienza la decantación, estación en la que se profundizará en la limpieza, separando desechos sólidos y eliminando todo tipo de agentes patogénicos y bacteriológicos. Luego está el paso al que se conoce como filtración, que es cuando nos deshacemos de las partículas más pequeñas que aún persistan en las aguas, y antes de pasar a la etapa de cloración y alcalinización el líquido ya debe lucir una apariencia prístina y transparente. Finalmente el control de calidad y la posterior distribución cierran el cometido de toda planta potabilizadora de agua.
Fuente: elguapotable.com / es.slideshare.net
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