Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

El Socialismo en América del Sur

El día 20 de marzo se cumplen los 200 años del nacimiento del historiador francés Charles de Mazade. A muchos su nombre nos dice poco o nada. Wikipedia refiere que fue el autor de numerosos artículos publicados en la Revue de Deux Mondes (Revista de los Dos Mundos) y también de varios libros. En su obra hay, sin embargo, un texto de interés para quienes procuramos entender la forma en la cual circulan las ideas y nos sorprenden singulares coincidencias. En el pasaje que cito en este blog, tomado de su artículo de 1852 “Le Socialisme dans l’Amérique du Sud” (El Socialismo en América del Sur), el tema es la condena de la difusión de las ideas socialistas en Chile y en Colombia, países donde actualmente hay una fuerte movilización contra el modelo neoliberal y el régimen oligárquico de representación política.

Por cierto, la condena de todo lo que tenga la etiqueta ‘socialismo’ sigue vigente, así no tenga nada que ver con el deplorable, opresivo y cruel experimento autoritario del chavismo en Venezuela. Tal es lo que sucede con el ‘socialismo’ de Bernie Sanders. No hay duda pues de que ciertas palabras evocan abominables conjuros.

 

(…) sí, el socialismo entre los Andes y el Océano Pacífico, en el vecindario del Chimborazo y el Illimani, el rojismo, como lo llaman los polémicos de estos países; el derecho al trabajo invocado, la solidaridad proclamada, los clubes disciplinados, los artesanos toscos entrenados en pantomima oratoria, el proletario erigido como salvador, ¡la vieja sociedad condenada a dioses infernales! Chile y Nueva Granada son, en diversos grados, el escenario de esta reciente invasión. ¡Extraña prolongación de las revoluciones europeas! ¡Eco infantil y absurdo de los problemas que nos oprimen, de las luchas que nos devoran y nos rechazan incesantemente de un extremo al otro, como si América del Sur no tuviera la suficiente experiencia de todas alternativas revolucionarias! «¿Qué tenemos que aprender?, dijo con una suerte de irónica elocuencia uno de los observadores más notables de esta situación, un mismo americano. ¿No somos maestros y doctores en el arte de la revuelta y la opresión? Tomamos prestada de los demagogos franceses su libertad ilimitada: ¿no hemos disfrutado durante cuarenta años de la libertad ilimitada de matarnos unos a otros, de revocar leyes y gobiernos? … De todas estas cosas, tenemos superabundantes entre nosotros, nos hemos excedido en ellas. Si hubiese una exposición universal de anarquía y despotismo, lo que podríamos ofrecer en este género no cabría en un monumento mil veces más grande que el de Hyde-Park. Podríamos enviar libertadores asesinados, presidentes y representantes degollados, matronas respetables flageladas, mujeres golpeadas doblemente hasta la muerte – ellas mismas y las criaturas que llevaban en su seno, revoluciones, disturbios y pronunciamientos (en español en el original) para colmar las naves de la tripulación mayor…» Es preciso llegar al fondo de las cosas. ¿Cuál es el alcance real de esta acción de las ideas democráticas europeas en América del Sur? ¿Cuál es su relación con el estado real de estos jóvenes países? ¿Cuál es la parte legítima de las influencias europeas en el problema de los destinos morales y materiales de este continente enorme y maravilloso? Estas son preguntas cuya solución emerge invenciblemente de este episodio muy extraño, de los libros que lo narran, de este torbellino de publicaciones sin duración del cual son sus comentarios perpetuos y aún más de la observación exacta de los elementos clave, íntimos que se agitan dentro de esta parte del Nuevo Mundo como el fermento desconocido de su turbulenta historia; asuntos muy por encima de los intereses vulgares y artificiales de los partidos, y que el autor del fragmento que estamos citando, el Sr. Félix Frias, pone de relieve en una serie de Cartas dirigidas desde París a un periódico en Valparaíso, El Mercurio. Las cartas del Sr. Frias son el resumen y la condena de los intentos socialistas de América del Sur.

(…) Al final, con varios matices, la barbarie americana sigue haciendo irrupción en el seno de la sociedad civil con su energía virgen y también con sus pasiones rebeldes, sus inaptitudes, su ignorancia, sus repulsiones por la vida organizada y por la civilización, cuyo primer e irremediable error, a sus ojos, es ser extranjero. Esto es lo que hace que los llamados partidos democráticos, obligados por su propio papel a confiar en las clases populares, hagan tan extrañas amalgamas: mezclan libertad ilimitada y dictaduras militares; obtienen su inspiración e ideas del exterior y adulan los odios locales contra los extraños. Uno de los periódicos más extremistas de Chile, el Progresso, llamó a los comerciantes extranjeros en Valparaíso ladrones, monopolistas, usurpadores, cartagineses. La barbarie nacional habló ingenuamente por boca del demócrata chileno. Si surge algún hombre vigoroso para dominar este movimiento personificándolo o si hay declamadores ociosos para disfrazarlo con nombres europeos, ¿qué importa? ¿No es siempre la misma cosa ? Este es el fondo real, terrible e inadvertido que envuelve las efusiones democráticas del gobierno neo-granadino acerca de la soberanía del número y el predominio de las masas. El socialismo se hace el auxiliar del americanismo y sirve como su máscara.

Nada más curioso, además, que el trabajo legislativo de la Nueva Granada en estos últimos años, desde el glorioso 7 de marzo de 1849, obra sin realidad y sin duración, pero en la cual se refleja con un ingenio singular de imitación todo los mejores caprichos demagógicos que Europa ha producido. El primer pensamiento de los partidos que llegan al gobierno es revocar la legislación del país; cada uno tiene su panacea y su constitución. Por lo tanto, la Nueva Granada vio florecer su nuevo código político en 1851, «el más liberal del mundo civilizado», aseguran los autores concienzudos que han trabajado en este desastre democrático. La elección universal, directa y soberana es la fuente de todos los poderes, desde el del presidente hasta el juez. En Chile, para ser un elector, es necesario saber leer y escribir y tener alguna propiedad; en las otras repúblicas americanas, se ha de ser el jefe de familia, y este es un aspecto al cual no se le presta suficiente atención en Europa en la elaboración periódica de las leyes electorales. En la Nueva Granada, hoy no existe ningún requisito, excepto el de ser ciudadano, y uno es ciudadano de Granada a bajo costo. El derecho absoluto de reunión y asociación, la libertad de pensamiento ilimitada, se encuentran entre los beneficios singulares que la Constitución de 1851 otorga al país. Otra conquista es el derecho a la asistencia. Han de buscar cuidadosamente lo que se puede esconder bajo este descubrimiento raro y precioso: es el derecho al trabajo americanizado, el derecho a la ociosidad y al vagabundeo, correctamente proclamado al mismo tiempo que la emancipación repentina e instantánea de los negros. ¿Acaso había muchos esclavos en Nueva Granada? No, apenas quedaban diez mil, y el número disminuía todos los días por el efecto lento y beneficioso de una ley de 1821, conocida como manumisión, que declaraba libres a los infantes por nacer, con la salvedad de que solo disfrutaran de su libertad hasta después de los dieciocho años y destinó un fondo especial recaudado de las sucesiones para la emancipación progresiva de otros esclavos. En lugar de esta sabia y mesurada emancipación, ¡aquí hay diez mil ciudadanos libres que, a partir del 1 de enero de 1852, trabajan para el triunfo de la verdadera democracia merodeando y ejerciendo el derecho a la asistencia! Una señal segura de la aparición del socialismo es el aflojamiento de las penas, que son muy perjudiciales, se admitirá, a la libertad. La pena de muerte se ha abolido solemnemente en Nueva Granada e incluso se ha promulgado una ley procesal que, combinada con la ausencia de detención preventiva, ha logrado resultados maravillosos. De acuerdo con esta ley, cualquier instrucción sobre un delito o delito se pospondría en el caso de que el acusado cometa una nueva fechoría, hasta la instrucción perfecta del último caso; de donde se deduce que quien se entregó como culpable de un primer delito, para evitar un juicio, solo tiene que cometer un segundo, luego un tercero y así sucesivamente. Estos extraños legisladores han logrado hacer de la persistencia en el crimen la garantía de la impunidad y el escudo de la libertad individual; un milagro de esta «epopeya de la civilización» descrita con el orgullo de un entusiasmo algo burlesco por el redactor-poeta de la Gaceta Oficial de Bogotá.

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